Esta entrada del blog la dedicamos a un interesante y ameno texto
sobre Sierra Morena y Fuencaliente que aparece en el libro "LA ESPAÑA INEXPLORADA", escrito por Abel Chapman y Walter J. Buck, editado en Londres en
1910, y reeditado por la Junta de Andalucía y el Patronato del
Parque Nacional de Doñana en 1989, bajo la dirección de Antonio
López Ontiveros.
Este libro, aunque de carácter cinegético, es muy rico en noticias
y datos sobre historia natural y descripciones geográficas de
España. Abel Chapman, cazador y escritor, y Walter J. Buck, vicecónsul
británico de Jerez, vinieron por primera vez a Fuencaliente en
Febrero de 1901 a cazar cabras monteses en la finca que el Marqués
del Mérito tenía en Sierra Quintana, único lugar de Sierra Morena
donde no habían desaparecido. La finca, conocida como El Panizal y
El Risquillo, aun pertenece a los herederos de dicho Marqués.
Las fatigas que pasaron en Sierra Quintana, y los días que tuvieron
que estar en la posada del pueblo encerrados por
el mal tiempo, hizo que no guardaran muy buen recuerdo de esta
experiencia. Aunque los autores vinieron de caza, son muchos los datos que
ofrecen sobre la fauna, la vegetación y el paisaje de Fuencaliente.
Entre los principales datos que aportan podemos destacar los
siguientes:
-
Fuencaliente era una "desaliñada aguilera". Una habitación en la posada del pueblo medía doce pies por
cuatro, con una puerta en cada extremo, y estaba alumbrada por
una pequeña mariposa.
-
La colonia de cabras monteses de Fuencaliente, en Sierra
Quintana, estaba aislada y no había más grupos en toda Sierra
Morena.
-
A la cacería de Sierra Quintana fueron acompañados por algunos
cazadores locales, como Abad y Brígido, que llevaron sus
burros.
-
Las pocas cabras monteses que quedaban se habían vuelto
nocturnas en sus hábitos, pasando el día entero en las cuevas y
grietas, debido a que los montañeses nunca habían
dejado en paz a las cabras, ya que todos llevaban escopetas y
las usaban en cualquier momento que hubiera oportunidad.
-
En esta época (1901) las cabras supervivientes habían
disminuido a un mero puñado. Durante los siguientes cinco años
se despertó el tardío interés de los terratenientes españoles
por salvarlas.
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El Marqués del Mérito informa a los autores que en el
pueblo cercano, Fuencaliente, cada hombre era un cazador, aunque
no habían conseguido acabar con las cabras.
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La caza libre acababa de terminar y empezaron los cotos
privados.
-
En Sierra Morena vivía una de las castas más importantes de
ciervo común de Europa.
-
Se pagaba a los guardas una recompensa por cada águila real que
mataban, y el mismo Marqués cogió un aguilucho del nido,
habiendo matado a sus padres.
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Se usaba extensivamente la estricnina para exterminar
lobos.
-
El lince ya era muy escaso y las crías capturadas morían
sin explicación.
CAPÍTULO XIV: SIERRA MORENA
LA CABRA MONTÉS
El turista que viaja por tren en Andalucía y observa desde la
ventanilla de su vagón las laderas cubiertas de olivos, de
aspecto poco abrupto en su conjunto, de Sierra Morena, no se
hará una idea adecuada, ni mucho menos romántica, de esta gran
cordillera de la que se ve sólo el borde meridional. Pero, de
hecho, el tren le hace pasar apresuradamente a pocas leguas
quizás de la zona de más estupenda caza mayor de España, lugar
de montañas solitarias y con un sinfín de depresiones llenas de
maleza, en donde se ocultan fieros lobos y jabalíes gigantes,
junto con una de las castas más importantes de ciervo común que
aun quedan en Europa.
En verdad, a Sierra Morena le faltan tanto los grandes picos
como las estupendas alineaciones que caracterizan a todas las
demás sierras españolas, desde Sierra Nevada y Gredos hasta los
Pirineos. Consiste mas bien en un cúmulo de sierras yuxtapuestas
de no mucha altura, aunque ramificadas hasta lo infinito,
faltándole (salvo sólo en dos puntos) ese aspecto atrevido que
resulta tan atractivo a la vista. Si todas las montañas
españolas tuvieran el mismo perfil de Sierra Morena, el término
"sierra" no podría aplicárseles. Es, además, un sistema
montañoso de una sola vertiente, una especie de fortaleza,
bordeada en su lado norte por las tierras meseteñas de La
Mancha, pareciéndose en ésto al muy conocido Drakensberg del
Transvaal.La Sierra Morena, típica pero genuina, separa a lo
largo de mas de 300 millas las tierras bajas y soleadas de
Andalucía de las desiertas y más frías tierras altas de La
Mancha, al norte. Y en anchura (si incluyéramos los contiguos
Montes de Toledo), este sistema montañoso se extiende poco menos
de 150 millas. Como sistema montañoso en su conjunto, la Sierra Morena cubre
un espacio igual a la totalidad de la Inglaterra al sur del
Támesis, con una estribación central en el norte que
comprendería todos los Midland Counties hasta llegar incluso a
Nottingham.
[.....] Aunque Sierra Morena se caracteriza por su aspecto
masivo más que abrupto, encontramos un par de crestones
de roca desnuda de aspecto majestuoso. Tal es el caso,
por ejemplo, de Despeñaperros, a través de cuyos
desfiladeros pasa el ferrocarril andaluz casi
subterráneamente. El mismo nombre de Despeñaperros
significa en este idioma español, tan flexible, nada
menos que sus rocas amenazan con llevar a la muerte y la
destrucción a los perros que se aventuran por
allí.
Otra interpretación sugiere que en tiempos antiguos,
tales bromas gastaban los moros, no eran perros, sino
cristianos (ya que para un moro ambos términos eran
sinónimos) los que eran arrojados para darles muerte
desde los riscos de
Despeñaperros.
Estas formaciones rocosas son soberbiamente abruptas.
Grandes peñascos separados, masivos, marmóreos y
recubiertos de musgo, se elevan verticalmente en ásperas
laderas, y grandes monolitos sobresalen, cada uno con un
perfil rectilíneo tan preciso que uno se pregunta si son
obra verdaderamente de la naturaleza o fortalezas de
fábula del tiempo de los godos o de los moros. A pesar
de su sorprendente perfil, con todo, sus peñascos y
precipicios están demasiado dispersos y separados entre
sí (con intervalos intermedios practicables) para
atraer, a un amante de la montaña como el ibex, y
ninguna montés ha ocupado nunca las gargantas de
Despeñaperros.
Una zona igualmente abrupta, aunque más extensa y
continua, se encuentra cerca de Fuen-Caliente, y tiene
por nombre Sierra Quintana. Esta sierra, a pesar de que
sus elevaciones sobrepasan escasamente los 7.000 pies,
forma el único punto de Sierra Morena en el que la cabra
hispánica pone aún los pies.
Allí, en 1901, el autor sufrió una de esas malas
experiencias que de vez en cuando acontecen a aquellos
que buscan cazaderos en los rincones más agrestes del
mundo. Fue a mediados de febrero cuando, forzados por lo
extremoso del tiempo, nos vimos obligados a buscar
refugio en la aldea de Fuen-Caliente, colgada a 5.700
pies de una ladera de la sierra, del mismo modo que los
aviones roqueros fijan sus nidos en las paredes rocosas.
Fuen-Caliente data de los tiempos romanos. Fuentes
termales, como indica su nombre, nacen aquí de las rocas
hendidas, y los baños de piedra, no construidos por
manos modernas, son testigos de empresas pasadas. Hoy en
día, según se nos dijo, los baños de Fuen-Caliente
atraen visitantes veraniegos; confiamos en la mejoría de
su salud aquí. Seguramente es necesaria alguna
compensación para equilibrar los peligros de la estancia
en esta desaliñada aguilera. Lo escribimos de corazón,
incluso después de todos estos años, y después de sufrir
tribulaciones de todo tipo en un paraje tan rudo.
Fuen-Caliente es dura de recorrer.
Teniendo tiendas y un equipo de campaña
completo, pensábamos vivir independientes de
la posada del pueblo. Una
noche, sin embargo, mientras escalábamos la
pendiente que conduce a lo más alto de la
sierra, nos sobrevino un vendaval
de levante, con tormentas de
nieve que ni siquiera una mula podría soportar.
No podíamos hacer otra cosa que buscar refugio
en la aldea de abajo. Mi dormitorio medía doce pies por cuatro, con
una puerta en cada extremo. A la puerta,
propiamente dicha, se llegaba por una escalera
vertical; la segunda, podría quizás considerarse
como ventana, pero en realidad sólo se
distinguía de la anterior por su tamaño menor,
ambas construidas de madera sólida. Por otro
lado, cuando dejaba la ventana abierta, la nieve
se arremolinaba en la habitación como en la
sierra misma; si la cerraba, vivíamos en una
oscuridad escasamente aliviada por una
vacilante mariposa, que es una
mecha de algodón flotando en un cuenco de aceite
de oliva. Bajo tales condiciones, y otros
horrores sin nombre, pasamos tres días con sus
noches, mientras el temporal soplaba y la nieve
se arremolinaba alrededor incesantemente.
A la mañana siguiente, el viento disminuyó, y
la nieve dio paso a una fina lluvia.
Estos levantes duran
habitualmente entre tres y nueve días; por esto,
pensando que éste ya había pasado, empaquetamos
el equipo y salimos para buscar de nuevo al
ibex. Caraballo, con su acostumbrada previsión,
compró unos cuantos pollos vivos, que colgó por
las patas del serón de la mula posterior. En la
limitada área de Quintana, el ibex ofrece la
mejor oportunidad para el rececho.
 |
| La expedición en el Peñón del Cuervo, Fuencaliente |
Las mulas son estupendos animales de montaña.
Los lugares que el animal superó aquel día no
pueden ni creerse. Dos burros que pertenecían a
dos cazadores locales, Abad y Brígido, que nos
acompañaban, pronto se atascaron y tuvimos que
dejarlos atrás. A las tres, nosotros, con mula y todo,
alcanzamos la zona de más altura de Quintana, y
acampamos a pocos centenares de pies de
sus riscos más
elevados. Montar una tienda entre rocas nunca es fácil;
especialmente cuando las piquetas de hierro no
encuentran agarre, y los vientos tienen que
sujetarse, lo más seguramente que se pueda, a
cualquier saliente.
Apenas se había puesto el sol cuando el levante
volvió a apretar otra vez con redoblada energía.
Sopló toda la noche a través de la garganta
estrecha y alrededor de sus minaretes de roca en
forma de pináculo, con el resultado de que a las
once de la noche los vientos, deficientemente
asegurados, se soltaron y nuestra tienda se vino
abajo con un crujido. Tardamos dos horas (bajo
el diluvio) en remediarlo; y cuando rompió el
día una neblina helada envolvió
la sierra, impidiendo ver nada más allá de unas
cuantas yardas. El frío era intenso, y la
pequeña pileta que habíamos ingeniado la noche
anterior estaba completamente helada. La niebla
continuó todo el día y el siguiente. No podíamos
hacer nada, aunque persistimos en nuestras
salidas diarias, como por deber, para dar una
vuelta de unas cuantas horas entre los riscos.
¡Cómo rezábamos para que abriera un claro de al
menos una hora y de este modo
poder ver aquel glorioso panorama que
buscábamos! Al crepúsculo de la segunda noche
cayó una fuerte nevada y después una tormenta,
que se sumo a nuestras alegrías. Los frecuentes
y vívidos centelleos de los relámpagos
iluminaban la oscuridad, provocando que los
pollos supervivientes (que habíamos atado dentro
de la tienda por caridad) piaran tan
incesantemente que dormir era imposible. En esos
momentos notamos una brusca bajada de
temperatura: los hombres habían traído un cubo
de campamento lleno de hielo que se proponían
derretir en la pequeña fogata que ardía dentro
de la tienda. Pero esto era excesivo, aún cuando
significara "nada de café para el
desayuno".
Como continuaban la helada y la niebla, la
tercera mañana, los hombres propusieron que nos
trasladásemos más abajo, a la colina, a
un cortijo que conocían para
esperar allí un tiempo más apacible. Pero para entonces el frío ya había entrado
hondo en mi pecho y mi garganta, que sentía
ásperos e inflamados, dejando al autor casi sin
voz. Por todo esto, decidimos abandonar toda la
empresa y levantamos el campamento, todavía
envueltos en el manto opaco de la impetuosa
cellisca.
Cruzando la sierra superior de la cresta, entre
riscos de los que sólo eran visibles las bases,
descendimos por la vertiente sur; aquí
organizamos una "batida" entre las malezas que
cubrían las laderas mas bajas. Los jaleadores
nos informaron de que habían visto dos linces y
tres cabritos. Sólo uno de estos últimos, sin
embargo, entró a la escopeta, y resultó ser una
marrana, la mitad más grande que cualquier
jabalí que hubiéramos visto por entonces en
España. Lamentamos no tener ningún medio de
pesar esta bestia, que estimamos podía ascender
muy bien a más de 200 libras netas. Una
destacable cuerna mudada recogida en este lugar
tenía cuatro puntas en la estaca, así como
cuatro en la corona, con 34 1/8 pulgadas de largo y 5 3/4 de circunferencia de base.
Los "refugios" de la cabra montés en Sierra
Quintana se encuentran entre algunos peñascos
bastante grandes que forman las caras este y sur
de la sierra. La tirada en este momento no
obtuvo recompensa; debido a que aquí los
montañeses nunca habían dejado en paz a las
cabras monteses, ya que todos llevaban escopetas
y las usaban en cualquier momento que hubiera
oportunidad. El resultado era que los pocos ibex
supervivientes se habían vuelto estrictamente
nocturnos en sus hábitos, pasando el día entero
en las cuevas y grietas de las paredes de
aquellos precipicios verticales y
desnudos. Algunos de sus encames eran absolutamente
inaccesibles para cualquier criatura no dotada
de alas. Una cueva, a pesar de que no ofrecía
modo de alcanzarse, estaba situada sólo a unos
ocho o diez pies sobre un reborde en la pared
vertical de la roca. Una mañana al amanecer, las
monteses, habiendo sido vistas al entrar en
ella, impulsó repentinamente a un par de entecos
cabreros a alcanzarlas desde la repisa de
debajo, subiéndose uno de ellos a los hombros
del otro, que estaba de pie en este estrecho
anaquel. En su premura por escapar, el primer
ibex rompió aquel precario equilibrio, y el
pobre chico se precipitó hacia abajo, dando
tumbos entre las rocas del abismo.
Al cabalgar de vuelta a casa a través de
inhóspitas colinas cubiertas de arbustos, hacia
el ferrocarril (a unas cuarenta millas de
distancia), pasamos una noche en el pueblo
llamado, con una inconsciente ironía, Cardeña
Real. En las primeras horas de la mañana tuvo
lugar otra terrorífica perturbación —alaridos,
chillidos, ladridos— y todos los perros se
volvieron locos. La noche estaba oscura como
boca de lobo, y la lluvia caía a torrentes; a la
mañana siguiente vimos que una manada de lobos
había sacado a los cerdos de nuestro patrón de
su zahurda, a menos de quince yardas de
distancia. Ciertamente, tres cochinos mutilados
estaban apilados contra la pared de nuestra
cabaña.
La posibilidad de que nosotros acabásemos peor
que estos cerdos no se nos había ocurrido con
anterioridad. Con esto terminó, en un ciclo de
catástrofes, nuestro primer enfrentamiento con
la capra hispánica en Sierra
Morena; pero este fallo inicial sólo sirvió para
estimular posteriores esfuerzos. Por otra parte,
el invierno no es estación para acampar en estas
altas sierras. Mayo es más favorable, aunque el
mejor momento es a comienzos de otoño.
En esta época (1901) los ibex supervivientes
habían disminuido a un mero puñado.
Afortunadamente, aquí como en otras partes de
España, se despertó durante los siguientes cinco
años el tardío interés de los terratenientes
españoles por salvarlos. El propietario de las sierras antes mencionadas
(el Marqués del Mérito) nos favoreció con los
últimos detalles tanto respecto a la montés como
sobre otras bestias salvajes de este
lugar:
 |
El Marqués del Mérito en el Mirador de la Cruz (Fuencaliente) (Del libro "Tras las monteses de Sierra Madrona") |
"La cabra montés (nos escribe) es la pieza
más difícil de cazar de todas, lo que queda
probado por el hecho de que en las tierras
que poseo en Sierra Quintana (aunque hasta
años recientes no estuvieran protegidas y en
la cercanía de un pueblo donde cada hombre
era un cazador) los cazadores locales no han
tenido éxito en exterminar la especie. Sus
medios de defensa, además de su olfato y
vista agudos, consisten principalmente en
las inaccesibles cuevas naturales de estas
montañas, en las que los ibex buscan refugio
invariablemente, en el momento en que se dan
cuenta de que los persiguen. En estas cuevas
las cabras hispánicas acostumbran a pasar el
día entero, sin salir nunca a alimentarse,
salvo durante la noche.
Hoy en día (desde que la caza libre ha
terminado) empiezan a mostrarse un poco
durante el día, y demuestran también de
otros modos la confianza recuperada. A pesar
de todo no muestran la más ligera
inclinación a abandonar su vieja tendencia a
trasladarse, inmediatamente a la aparición
de peligro, hacia los vastos precipicios y
riscos que se encuentran hacia el este de la
sierra, cuyos albergues les ofrecen una
seguridad casi completa. El método más
efectivo para conseguir una pieza hoy día,
es, como ustedes saben, al rececho. Porque este animal, cuando se ve
repentinamente sorprendido por un ser
humano, se asusta menos que el ciervo o
cualquier otra pieza de caza, y
habitualmente deja tiempo bastante para
poder apuntar cuidadosamente. Ciertamente,
parece alarmarse más, cuando ha perdido al
intruso de vista.
La época de celo tiene lugar en noviembre y
diciembre, y los chivos, normalmente en
número de uno o dos, nacen en mayo, al igual
que en las cabras domesticas. Un terrible
enemigo de éstos es el águila real, ya que
su nacimiento coincide con el período en que
estas aves rapaces deben alimentar a sus
propias crías, y se vuelven más agresivas
que nunca. Para reducir el daño que hacen,
pago ahora a los guardas una recompensa por
cada águila que matan, y esta última
primavera cogí yo mismo un nido que contenía
un aguilucho, habiendo matado a sus
padres.
No puedo anotar con precisión la dimensión
de sus cuernos, pero se mató aquí un ibex
(que se llevó Barasona a Córdoba) que medía
85 centímetros de longitud (33 1/2
pulgadas). Del último, cazado por Lord
Hindlip, tal como se ve en la foto que les
envío, la longitud de los cuernos era de 68
centímetros (26 3/4 pulgadas).
Las dimensiones de la mejor cabeza de
montés obtenida por nosotros en esta sierra
fueron: longitud, 28 pulgadas;
circunferencia de base, 8 1/4
pulgadas".
LOBOS
Estos animales, que hacen un daño increíble a
la caza, son muy abundantes en Sierra Morena,
aunque raramente cobrados en
las monterías. Ello no se debe
a que el lobo sea particularmente astuto, sino
simplemente, porque mientras esperan al ciervo,
los deportistas habitualmente se pegan mucho al
suelo, ofreciendo la oportunidad a los lobos de
que pasen desapercibidos; mientras que, por otra
parte, cuando sólo se aguardan jabalíes, y por
esto los cazadores se ocultan menos, el lobo
puede detectar el peligro antes de llegar a
alcance de tiro. En mayo y junio las lobas tienen a sus crías;
pero es difícil encontrarlas, ya que en esta
época se trasladan a zonas más apartadas de las
querencias frecuentadas en tiempos
normales. Con todo, hay un método para descubrirlos que
conocen los montañeses como
el oteo, o el vigilarles por la
noche, anotando precisamente el lugar donde cada
loba aúlla. Si a la mañana siguiente el aullido
se repite en el mismo sitio, es prácticamente
seguro que tendrá su cría en las cercanías
inmediatas.
 |
| Lobo cazado en Sierra Morena, 1909 (93 libras) |
Al amanecer los cazadores procederán a examinar
cada arbusto y caña en el punto marcado, que
invariablemente consiste o en un matorral espeso
o en rocas fracturadas. A todo alrededor del
cubil en cien yardas, el terreno está marcado
con huellas y arañazos, que habitualmente llevan
a su descubrimiento; pero si no se les
encontrara ese día, es completamente inútil
buscarlos ahí el siguiente, puesto que desde el
momento que una loba percibe que se busca a sus
cachorros, los traslada lejos con presteza. Se
usa extensivamente la estricnina para exterminar
lobos, dando resultados positivos . Al mismo
tiempo es siempre mejor complementar su uso con
la búsqueda, acompañados de hombres que conozcan
el terreno, de los lobeznos en la estación
apropiada. La foto frente a la página 172 muestra un viejo
y magnifico perro lobo que pesó 93 libras
muerto, que obtuvimos en Sierra Morena, cerca de
Córdoba, en marzo de 1909.
LINCE O GATO CERVAL
Este animal cría en abril y mayo, y su número
de crías es generalmente de dos. Las crías
capturadas en su mayoría mueren en el momento en
que cambian la dieta de leche a comida sólida, y
uno puede imaginarse que ocurrirá lo mismo en el
caso de los linces en estado salvaje, ya que de
otra manera es difícil explicar por qué un
animal, cuyo único enemigo es el hombre, sea tan
escaso. Su comida consiste en perdices, conejos
y otra caza menor.
CIERVO COMÚN
En el caso del ciervo de estas montañas, como
en cualquier otro lugar de España,
el celo depende del otoño,
estación que puede ser más temprana o más
tardía; pero el celo siempre
tiene lugar entre mediados de septiembre y
mediados de octubre. Los cervatillos nacen a
final de mayo y comienzos de junio, y maman de
sus madres hasta el siguiente otoño. El desmogue, junto con el cambio de pelaje,
varían en fecha, dependiendo del estado de salud
de cada individuo. Ocurre generalmente en mayo
pero en animales muy robustos hemos vistos casos
en abril, y en los varetos, o
venados de un año, en marzo. El desarrollo de la
nueva cuerna es completo a finales de julio, y
en agosto se les cae el terciopelo. Los cuernos
al principio, son de color hueso, pero se
oscurecen gradualmente, dependiendo el color
final de la naturaleza del matorral frecuentado,
encontrándose los mas oscuros en aquellos
venados que habitan en jarales.
 |
| Trofeo récord de venado, Lugar Nuevo, 1909 |
Aunque se cree corrientemente entre la gente
del pueblo que la edad de un venado puede
determinarse por el número de sus puntas, esto
es incorrecto, ya que el desarrollo de la cuerna
depende solamente de la robustez del animal.
Frecuentemente ocurre que un venado lleva menos
puntas de las que tuvo el año
anterior. Cuando las ciervas están a punto de parir se
aíslan, buscando los lugares donde el matorral
es menos espeso, dejando el cervatillo oculto en
cualquier arbusto. Los hábitos de una cierva
cuando da a su retoño las primeras lecciones en
las artes del camuflaje y la prudencia son
interesantes de observar. Poco después del alba
la madre repentinamente pone en práctica
una serie de saltos salvajes y
convulsos, brincando sobre la maleza como si
estuviera en presencia de un peligro visible,
alarmando al joven para enseñarle a buscar
cubierta por sí mismo. Esto se repite a
intervalos hasta que el cervatillo ha aprendido
a encamarse, y entonces la cierva hará lo mismo,
a la vista, aunque a alguna distancia. Sólo deja
que su progenie la acompañe cuando han adquirido
suficiente fuerza y agilidad para que la sigan,
cosa que ocurre unos veinte o treinta días
después del nacimiento.
Cuando se descubre el rastro de una cierva
aislada en la temporada de cría, se la puede
seguir al lugar donde amamanta a sus crías. Pero
tan pronto como uno observe las huellas de estos
saltos espasmódicos con los que enseña a su cría
el sentido del peligro (como arriba se ha
descrito), uno debe empezar a examinar
pausadamente cada matorral circundante. Se podrá
encontrar en cualquiera de ellos al cervatillo,
enroscado en el suelo sin encame alguno, y con
el morro descansando en su flanco . Ofrecerá al
principio alguna ligera resistencia, pero una
vez capturado, puede dejársele libre con la
seguridad de que no hará intento de
escapar.
Los únicos enemigos que los venados adultos
tienen que temer son los hombres y los lobos,
aunque principalmente los últimos, puesto que
ellos no sólo destruyen en esta sierra grandes
cantidades de cervatillos recién nacidos, sino
que, peor aún, cuando una manada de lobos ha
probado la carne de venado comienza
habitualmente a cazar, tanto ciervas como
ciervos jóvenes a los que siguen con
persistencia, día tras día hasta que quedan
absolutamente exhaustos. Entonces los empujan,
teniendo lugar la escena final normalmente en
cualquier profunda cañada o arroyo de
montaña. Los cervatillos de ciervo común, como ocurre
con los chivos de la cabra montés, son también
presa de las águilas reales.
LA CAZA DEL CIERVO
En lo que respecta al deporte, los mejores
resultados sólo pueden conseguirse en
las monterías, suponiendo que
la zona esté espesamente recubierta de
vegetación y generalmente elevada. Hay también
un sistema de caza en la "berrea", pero éste no
es seguro, debido a la velocidad de los
movimientos del venado, la espesa maleza, y el
riesgo de que tome el viento. Los rastreadores
de mucha práctica tienen la costumbre de
cazar a la greña, que consiste
en observar al ciervo al amanecer, seleccionando
un buen ejemplar y después siguiendo su rastro
hasta el mediodía (hora en la que el ciervo,
disfruta su siesta, resultando fácil acercarse a
él) y tirándole cuando salta de su cama, al arrancar. Un venado realmente grande casi siempre se
encuentra solo, o si tuviera un acompañante, el
segundo también será un animal de gran tamaño.
Estos venados nunca van con las hembras, salvo
en la época de celo, en
otoño. El sistema de la montería se describe con
detalle en el siguiente capítulo.
EL CIERVO Y EL JABALÍ
El ciervo de montaña de Sierra Morena es el más
grande de su especie en España y podrá
compararse favorablemente con cualquier ciervo
realmente salvaje de Europa . Los dibujos,
fotografías y medidas dadas en este capítulo así
lo prueban, aunque ningún número ofrecerá una
idea adecuada de estos magníficos animales tal
como se les ve en todo su esplendor vital
saltando con brincos desiguales sobre cualquier
paso rocoso, o al coger una dirección deliberada
tras alpear una pendiente. Macizo como es su cuerpo (pesando unas 300
libras netas), aun así su gigantesca cuerna
parece casi desproporcionada en longitud y
estructura.
Al estar toda la sierra cubierta de matorral y
maleza, más espesa en algunos lugares, pero con
rasos dispersos, la caza queda prácticamente
limitada a la "batida" a gran escala, llamada en
español montería. Antes de describir dos o tres de nuestras
experiencias típicas en esta sierra,
intentaremos hacer un esbozo del sistema de
la montería tal como se
practica a través de toda España..
Siendo el área de operaciones inmensa y
cubierta de vegetación casi continua, es
costumbre emplear dos o
tres rehalas o recobas separadas,
contando en total unos setenta u ochenta perros.
Las demás rehalas —además de las que pertenecen
al anfitrión— las traen los cazadores invitados
y cada una tiene su
propio perrero, al que seguirán
o reconocerán sólo sus perros . Los perreros (no
los jaleadores) van montados, y cada uno lleva
un trabuco y una caracola, o
cuerno de caza formado por una gran caracola de
mar. Las patas delanteras de los caballos,
cuando es necesario —especialmente en
Extremadura— van envueltas enfundas de cuero para protegerse de las terribles púas y espinas
de los cistus quemados que pinchan y cortan como
cuchillos. Los mejores perros son
los podencos de las castas de
mayor tamaño, y también los cruces
de podencos y mastín, y de
mastín y alano, raza de
bulldogs de pelo hirsuto muy usados en
Extremadura para el "agarre" del jabalí.
Los perreros con sus rehalas, y los jaleadores
habitualmente comienzan con el alba, y a veces
mucho antes, dependiendo de la distancia que
tengan que atravesar hasta sus lugares, que
puede ser de diez o doce millas. Hasta llegar al
lugar de partida, los perros van acollarados en
parejas y entonces se les pone un collar
individual con un cencerro y
estando la alineación completa —cada rehala en
el lugar designado— a una hora acordada empieza
la batida.
En cada ocasión en que una pieza es levantada
se dispara un tiro de fogueo para animarles, y
los ruidos de los jaleadores suenan detrás de
ellos en millas alrededor. Si el animal sigue
una dirección recta hacia adelante (la deseada),
los perros son llamados con rapidez por
las caracolas antes
mencionadas, y la batida entonces es rehecha y
reanudada.
 |
| Perrero con su caracola |
Mientras tanto —lejos, en los puestos
preestablecidos a distancia—
la armada ha ocupado ya sus
posiciones adjudicadas, las escopetas muy a
menudo dispuestas a lo largo de la cuerda, en la
cresta de alguna elevación prominente, a veces
desplegada en un estrecho paso de valle que hay
más abajo. Si el número de tiradores fuera insuficiente
para llenar la línea completa, es eficaz a veces
el recurso de colocar una segunda línea de
escopetas
(llamada traversa), proyectada
hacia la batida, y en ángulo agudo con el centro
de la primera línea.
Podría ocurrírseles a aquéllos acostumbrados a
tratar con caza de montaña a gran escala, que es
remota la posibilidad de mover a los animales
con cierta exactitud hacia una línea de
escopetas insuficiente, dispersa sobre vastas
áreas. Sin duda, el número de escopetas —incluso
diez o doce— es necesariamente insuficiente,
pero aquí el conocimiento del lugar y la pericia
de los serranos españoles (por naturaleza entre
los mejores guerrilleros del
mundo) es puesta efectivamente en juego. En la
práctica es raro que los mejores "pasos" no
estén controlados.
En las zonas más altas, el perfil está
frecuentemente interrumpido con "pasos"
denominados portillas, suficientemente
destacados como para sugerir, incluso a un
extraño con buen ojo para tales cosas, las
líneas probables de huida de las piezas en
movimiento. Pero los "pasos" no siempre están
claros, ni todas las alineaciones ofrecen un
perfil interrumpido. Por el contrario,
frecuentemente presentan altas cimas que incluso
a simple vista se presentan completamente
uniformes. Aquí sirve de ayuda esa intuición
local a la que nos referíamos antes, y si no, se
echará en falta. Muchas veces una larga cresta
aparentemente sin portillas puede (y a menudo es
así) incluir varios pasos muy frecuentados. Un
ligero disgusto puede sentirse con facilidad al
darse uno cuenta de que el puesto asignado no
presenta ningún signo de «ventaja» en su radio
de acción, o «jurisdicción», como lo llaman los
guardas españoles de forma arcaica. Podría ser
después de todo —y probablemente así es— que el
puesto sea el punto de convergencia de multitud
de arroyos, hondonadas, y
otras salidas acostumbradas,
todas invisibles desde la profundidad sin
visibilidad donde se encuentra uno; pero los
puntos más destacados de la geografía cinegética
son perfectamente conocidos por nuestro
guía.
El monte bajo de Sierra Morena consiste en
vastas áreas —muchos centenares de millas
cuadradas— de jaral, un arbusto de hojas
espinosas que crece hasta la altura de los
hombros en los suelos más pedregosos.
Dondequiera que un suelo ligeramente más
generoso lo permite, el jaral se intercala y
espesa con rododendros, escobón, mirto y cientos
de plantas afines. En las laderas más ricas y
zonas húmedas se apelotona una maleza enmarañada
de lentisco y madroño, espino blanco y acebo,
todo entretejido con la maligna zarza con la que
es tan fácil engancharse, y la madreselva, junto
con los brezos, la genista, los helechos
gigantes, la aulaga, y una veintena de especies.
Los cauces están flanqueados por adelfas , y los
árboles principales son el alcornoque y la
encina, el acebuche, el enebro y el aliso,
además de otros de los que sólo conocemos los
nombres españoles como quejigos, algarrobos,
agracejos, etc.
Naturalmente, en terrenos tan escabrosos y
quebrados como estas sierras, donde todas las
escopetas están protegidas por alturas
intermedias, disparar está permitido en
cualquier dirección, tanto de frente como por
detrás, e incluso a veces a lo largo de la misma
armada. Una supervivencia de tiempos salvajes,
cuando los jaleadores no contaban para nada, es
sugerido por un refrán de la sierra:
Más vale matar a un cristiano
que no
dejar ir a una res.
Unas palabras aquí en cuanto a las piezas y sus
costumbres. Las guaridas de jabalí están
invariablemente en la maleza más espesa y en la
umbría, donde el sol nunca penetra. Hay siempre
a mano, además,
una salida preparada, a lo
largo de algún cauce profundo, o bien por una
cañada o garganta rocosa. Raramente se
encuentran estos animales en terreno abierto, o
de cubierta vegetal escasa. Son usualmente los
más fuertes madroñales los que
ellos seleccionan para sus
cuarteles. Es raro que el jabalí sea «agarrado» por los
perros durante una batida, y nunca los
«solitarios».
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| Jabalí (200 libras netas) |
El ciervo, por el contrario, evita la maleza
espesa, encamándose en el matorral más ralo, e
invariablemente en la solana. Aunque
sus camas pueden encontrarse en
terreno mas bajo, buscan siempre las alturas
cuando se les acosa, y entonces eligen el camino
a través de los matorrales de cistus más claros
o a través de las laderas abiertas, sabiendo por
instinto que aquí pueden correr más deprisa y
rehuir mejor la rehala que los persigue.
Debido a la amplitud de área de cada mancha, la
montería en la sierra se limita a una sola
batida por día, llegando los tiradores a sus
puntos a las once de la mañana, permaneciendo
allí hasta bien entrada la tarde. En las
llanuras, como ya se ha descrito, cuatro, cinco
e incluso seis batidas son
posibles algunas veces durante el día.
Abel Chapman y Walter J. Buck