9 de octubre de 2025

EL TELÉGRAFO ÓPTICO MADRID - CÁDIZ

LÍNEA DE TELÉGRAFO ÓPTICO MADRID-CÁDIZ
FUENCALIENTE (SIGLO XIX)

Ruinas de la "Caseta del Telégrafo"
En Fuencaliente, junto al Peñón de Puerto Viejo, se encuentran las ruinas de una construcción que es conocida con el nombre de la "Caseta del Telégrafo". Se trata de los restos de una de las torres de la línea de telegrafía óptica que unía Madrid y Cádiz en el siglo XIX, llamada Línea de Andalucía. Esta línea contaba con 59 torres, comenzó a funcionar en 1850, y no estuvo completa llegando a Cádiz hasta 1851. Tenía estaciones en Aranjuez, Toledo, Ciudad Real, Córdoba, Sevilla y Jerez de la Frontera. La línea estaba dividida en 11 secciones; la torre de Puerto Viejo pertenecía a la sección Sexta, formada por 4 torres: torre de La Escaleruela; (Sierra del Rey, Ventillas), torre de Puerto Viejo, torre del Cerro de la Zarquilla (Cerro de la Cerquilla, Cardeña), y torre de la Loma del Carril (La Onza, Cardeña). El personal de la línea estaba formado por el Comandante de la línea, Inspectores, Oficiales de Sección, Torreros, y Ordenanzas. Además, cada torre estaba preparada para albergar hasta 20 soldados si fuese necesario. La línea de Andalucía sólo estuvo en funcionamiento siete años, ya que esta línea se desmanteló en 1957, cuando empezaron a instalarse las líneas de telegrafía eléctrica. La torre de Fuencaliente estaría en funcionamiento menos de siete años, ya que el primer tramo abierto en 1850 sólo llegaba hasta Puertollano. En 1867 se abandonaron las torres y se vendió la maquinaria.

TORRE DE PUERTO VIEJO

Para llegar a la torre del Telégrafo óptico en Fuencaliente deberemos coger el camino de Puerto Viejo, que es también vía pecuaria (Vereda de Puerto Viejo). Se coge este camino desde la N- 420 , km. 104.9, muy cerca del Camping de Fuencaliente y de la ermita de San Isidro. Desde aquí la Torre se encuentra a unos 3.8 km, en la cumbre de la Sierra de Puerto Viejo. Después de tomar este camino seguimos siempre recto, dirección suroeste, subiendo hacia Puerto Viejo. A 1.4 km. llegamos a la Era de los Herraeros, donde hay un cruce, en el que debemos seguir de frente, dejando a la derecha el camino del Robledo de las Hoyas. Tras una subida de aproximadamente 1 kilómetro llegamos a Puerto Viejo, situado a 1046 metros de altura. En lo alto del puerto hay que tomar un camino a la derecha, que por la cumbre, se dirige hacia el Peñón de Puerto Viejo, impresionante mole de cuarcitas de gran interés ecológico ya que en sus cornisas anidan los buitres leonados, la cigüeña negra, el águila perdicera y el águila real. Después de 0.7 km de subida llegamos a los restos de la torre del Telégrafo, situada a 1110 metros de altura. También se puede ir andando desde Fuencaliente; en otro apartado de este blog hay una ruta para no perderse llamada Puerto Viejo y el Telégrafo.
Torre de Puerto Viejo

De la torre solo queda su base y parte de uno de los muros. La construcción es maciza, realizada en piedra cuarcita y ladrillos, con gruesos muros de 70 cm. Las dimensiones interiores de la torre son 4.50 x 4.00 metros. Al lado oeste tenía una habitación adosada, de 4.00 x 3.50 m. Si subimos a este lugar en invierno podremos hacernos una idea de las inclemencias del tiempo que tendría que soportar el torrero que trabajara en esta torre. Cuando se cerró la torre, alguno de los torreros probablemente se quedaría a vivir en Fuencaliente, donde, probablemente, vive uno de sus descendientes, José Sánchez, al que todos conocemos como "El Torrero". Según José su apodo "se remonta a 150 o 200 años, del abuelo de mi abuelo". José no tiene una idea cierta de a qué se dedicaba el abuelo de su abuelo, pero tiene entendido por su familia que era "maestro de torre".

TORRE DEL CERRO DE LA CERQUILLA
Torreón del "Ojo de Cristal"
Torreón del "Ojo de cristal"
La torre siguiente en dirección sur estaba situada a 19 km en línea recta, en el término Montoro, ahora perteneciente a Cardeña. Increíblemente se conserva en gran parte, a pesar de su abandono. Popularmente es conocida como el "Torreón", y como "Torreón del Ojo de Cristal". Se localiza en el Cerro de la Cerquilla, a 783 metros de altitud, cerca del Cortijo de Campasolo. Por su importancia en la zona ha dado nombre a una finca (El Torreón) y a un arroyo (Arroyo del Telégrafo).
Mapa IGN 1:25000 Hoja 882-I "Loma de Matapuercas"
Mapa IGN 1:25000 Hoja 882-I "Loma de Matapuercas"
Llegar hasta la torre es fácil, pero visitarla no, ya que se encuentra en una finca privada. Para acceder hasta la torre se debe coger la carretera de Cardeña a Villanueva de Córdoba, hasta el km 7.4, donde tomaremos a la izquierda el Carril de la Nava, en dirección a las fincas de Navalaperdiz, Navalaencina, Carniceras, y El Torreón, que están señalizadas. A unos 0.8 km encontraremos juntos los cortijos de Navapaloma, y la casa rural de Navalaperdiz. Siguiendo el carril, a 2.1 km de la carretera, dejamos a la izquierda la entrada a la finca Navalaencina y seguimos las indicaciones hacia Carniceras, El Palacio. Muy pronto (km 2.7) llegamos a la Finca del Torreón y al Cortijo de Campasolo. Desde aquí ya se ve la torre en un cerro en dirección Este. Para visitar la torre hay que entrar a la finca, aunque la puerta suele estar cerrada. Si queremos aproximarnos más, seguimos adelante, tomamos un carril a la izquierda y cruzamos una puerta (km 3.1), e iremos bordeando la finca, dejando la torre y el Cerro de la Cerquilla a la izquierda, hasta llegar a una puerta canadiense (km 4.6). Desde este punto nos separan unos 300 metros de la torre, aunque para llegar a ella habría que superar la valla cinegética que está frente a nosotros.
La torre es un edificio aislado en lo alto del cerro. El interior está derruido, pero los cuatro muros que la forman están prácticamente intactos. Consta de tres pisos: el primero, defendido por aspilleras en cada uno de los muros; el segundo, donde se encontraba la puerta y al que solo se podía acceder mediante una escalera desmontable; y el tercero, donde debía encontrarse la maquinaria, con dos ventanas orientadas hacia las torres anterior y siguiente. En la terraza se situaba el sistema de señales. Las dimensiones interiores de la torre, en el piso inferior, son de 4.5 x 4.0 metros.

TORRE DE LA ESCALERUELA


La torre anterior se encontraba a 10.5 km en línea recta, en la Sierra del Rey, la que separa el Valle del Ojuelo y el Valle de Alcudia, cerca de la aldea de Ventillas. De esta torre poco se puede decir pues está totalmente demolida y apenas se aprecia su base entre los escombros. Probablemente fue derruida para aprovechar los ladrillos, una práctica habitual.
Torre de La Escaleruela (Wikispaces)
Torre de la Escaleruela (ruinas)
Se llamaba oficialmente torre de La Escaleruela; su nombre se perdió en la memoria pero sí se recuerda el nombre de "Puntal del Telégrafo". Sólo en algunos mapas aparece el nombre "El Telégrafo" pero el rótulo ha sido desplazado hacia el Este y no coincide con el lugar donde se encuentran las ruinas de la torre.
Mapa IGN 1:25000 Hoja 835-IV "Sierra del Rey"
Mapa IGN 1:25000 Hoja 835-IV "Sierra del Rey"
Para llegar a los restos de la torre hay que partir desde la Aldea de Ventillas, cruzar el Río Montoro y seguir por el Camino del Ojuelo, que comunica esta aldea con la carretera N-420 a la altura del Moral de la Casilla de la Zapata. Desde Ventillas, el camino sólo es accesible a vehículos durante 1.3 km, donde está cortado con una cadena. A partir de aquí debemos seguir andando. El camino sigue valle arriba, por la derecha del Arroyo del Ojuelo. A unos 3.2 km, desde Ventillas, encontraremos a la derecha un cortafuegos por el que habrá que subir casi hasta el final, hasta encontrar una pequeña vereda a la izquierda del cortafuegos por la que ganaremos la cumbre de la Sierra del Rey. En la cumbre encontraremos las ruinas de la torre, a unos 1100 metros de altitud.

CÓMO FUNCIONABA EL TELÉGRAFO ÓPTICO


El telégrafo óptico fue un sistema de comunicación a distancia anterior al telégrafo eléctrico que permitía la transmisión de mensajes y noticias. Funcionaba mediante señales visuales. Cada línea de telégrafo óptico estaba formada por una serie de torres situadas en lugares elevados. Desde cada torre podía verse la torre anterior y la torre siguiente. La línea Madrid-Cádiz estaba formada por 59 torres, una de ellas la torre de Puerto Viejo en Fuencaliente.
Líneas de telegrafía óptica
Líneas de telegrafía óptica en España
Encima de cada torre había un mecanismo indicador de señales, que según su posición podía indicar diferentes signos o letras según un código. Los operadores o "torreros" controlaban el aparato y observaban las señales de la torre anterior con la ayuda de un potente telescopio o catalejo. El primer sistema de telegrafía óptica fue desarrollado por Claude Chappé en 1790.
Telégrafo de Chappé
Telégrafo de Chappé
La transmisión y el contenido de los mensajes tenían carácter secreto, ya que el telégrafo tenía principalmente un uso militar, por lo que los mensajes se transmitían cifrados según un libro de códigos. El principal problema era el clima: lluvia intensa, niebla, nieve o calima interrumpían la transmisión. De noche tampoco funcionaba.
Torres con telégrafos (s. XIX)
Torres con telégrafos (s. XIX)
Las torres constituían auténticos fuertes. Su puerta de entrada se situaba en el segundo piso, a dos o tres metros del suelo, de modo que se accedía a ella por medio de una escalera de madera que se retiraba en caso de ataque. Tenían aspilleras y en algunos casos estaban rodeadas por un foso o un muro. Las torres, en España, eran todas más o menos idénticas, de 7 metros de lado por 12 de alto. Constaban de 3 pisos, y sobre la cubierta superior se ubicaba el telégrafo. La primera planta era defensiva, la segunda servía de vivienda y la tercera contenía los controles del telégrafo. La distancia entre las torres dependía de las condiciones geográficas.
Torre del Cerro de la Cerquilla
El telégrafo óptico llegó a España demasiado tarde debido a las distintas guerras y crisis del siglo XIX, pero en Europa había telégrafos ópticos funcionando desde el siglo XVIII. El telégrafo óptico de Chappé unió Francia con Austria en 1794 y permitía que un mensaje alcanzara su destino en solo 3 horas, en vez de los tres días que tardaba un correo normal.
Telégrafo de Murray
El sistema de telegrafía óptica británico era diferente del francés; su creador fue Lord George Murray, inventor y clérigo inglés. La primera línea del telégrafo óptico de Murray se inauguró en 1794. Mediante este sistema, un mensaje corto entre Londres y Portsmouth, ciudades separadas por más de 100 km, tardaba algo más de 10 minutos en recibirse al otro extremo de la línea. En la España de la Ilustración destacó la figura del ingeniero Agustín Betancourt (1781-1784). Ideó un nuevo sistema logrando avances considerables tanto en velocidad de transmisión como en seguridad a la hora de captar los mensajes de una torre a otra. El telégrafo de Betancourt transmitía los mensajes letra a letra. Betancourt consiguió en 1799 que Carlos IV le encargara un proyecto para la instalación de una red de telégrafo óptico entre Madrid y Aranjuez, que entró en funcionamiento en agosto de 1800. Después se abandona el proyecto de construir una red de telégrafo óptico en España debido, fundamentalmente, a la crisis del Gobierno y las guerras internas en el país.
Telégrafo de Betancourt
Posteriormente, en 1844, se proyecta una extensa red y el encargado de diseñar y construir la red de telegrafía fue José María Mathé, Coronel del Ejército, que ideó su propia versión del telégrafo óptico. Mathé llegó incluso a crear una escuela de "torreros" que luego se convertirá en la Escuela de Telégrafos. De las numerosas líneas previstas sólo se construyeron tres, que enlazaban la capital, Madrid, con Irún, Cádiz y La Junquera. La primera línea entró en funcionamiento el 2 de octubre de 1846 y unía, a través de 52 torres, Madrid con la frontera francesa a través de Valladolid, Burgos, Vitoria y San Sebastián. La segunda línea, entre Madrid y La Junquera por Valencia, sólo funcionó a pleno rendimiento a partir de 1849. Por último, la tercera línea construida fue la de Andalucía, que a través de sus 59 torres discurría entre Cádiz y Madrid, pasando por Aranjuez, Toledo, Ciudad Real, Puertollano, FUENCALIENTE, Córdoba, Sevilla y Jerez de la Frontera. La vida útil de la red de telegrafía óptica fue corta a causa de la instalación, casi simultánea, de la nueva red del telégrafo eléctrico: la línea entre Madrid y Cádiz, la última en ser desmantelada, dejó de funcionar en 1857.
Telégrafo de Mathé
La telegrafía eléctrica relegó a la telegrafía óptica rápidamente. En 1854 se completó la línea de telegrafía eléctrica entre Madrid e Irún, por lo que dejó de funcionar la línea equivalente de telegrafía óptica. En 1857 se desmantelaba la última línea óptica en servicio, la línea Madrid-Cádiz.

Para saber más: 
Historia de la telegrafía óptica en España, Sebastián Olivé Roig. Ediciones El Viso, S. A. Madrid.

La Telegrafía Óptica en Andalucía, Carlos Sánchez Ruiz, Consejería de Obras Públicas de la Junta de Andalucía.

La Ilustración Española. Número del 3 de mayo de 1851. Disponible en la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica.

30 de septiembre de 2025

FUENCALIENTE 1901. LA ESPAÑA INEXPLORADA

ABEL CHAPMAN Y WALTER BUCK EN FUENCALIENTE

Rehala de podencos (acollarados en pareja)

Esta entrada del blog la dedicamos a un interesante y ameno texto sobre Sierra Morena y Fuencaliente que aparece en el libro "LA ESPAÑA INEXPLORADA", escrito por Abel Chapman y Walter J. Buck, editado en Londres en 1910, y reeditado por la Junta de Andalucía y el Patronato del Parque Nacional de Doñana en 1989, bajo la dirección de Antonio López Ontiveros.

Este libro, aunque de carácter cinegético, es muy rico en noticias y datos sobre historia natural y descripciones geográficas de España. Abel Chapman, cazador y escritor, y Walter J. Buck, vicecónsul británico de Jerez, vinieron por primera vez a Fuencaliente en Febrero de 1901 a cazar cabras monteses en la finca que el Marqués del Mérito tenía en Sierra Quintana, único lugar de Sierra Morena donde no habían desaparecido. La finca, conocida como El Panizal y El Risquillo, aun pertenece a los herederos de dicho Marqués.

Las fatigas que pasaron en Sierra Quintana, y los días que tuvieron que estar en la posada del pueblo encerrados por el mal tiempo, hizo que no guardaran muy buen recuerdo de esta experiencia. Aunque los autores vinieron de caza, son muchos los datos que ofrecen sobre la fauna, la vegetación y el paisaje de Fuencaliente. Entre los principales datos que aportan podemos destacar los siguientes:

  • Fuencaliente era una "desaliñada aguilera". Una habitación en la posada del pueblo medía doce pies por cuatro, con una puerta en cada extremo, y estaba alumbrada por una pequeña mariposa.
  • La colonia de cabras monteses de Fuencaliente, en Sierra Quintana, estaba aislada y no había más grupos en toda Sierra Morena.
  • A la cacería de Sierra Quintana fueron acompañados por algunos cazadores locales, como Abad y Brígido, que llevaron sus burros.
  • Las pocas cabras monteses que quedaban se habían vuelto nocturnas en sus hábitos, pasando el día entero en las cuevas y grietas, debido a que los montañeses nunca habían dejado en paz a las cabras, ya que todos llevaban escopetas y las usaban en cualquier momento que hubiera oportunidad.
  • En esta época (1901) las cabras supervivientes habían disminuido a un mero puñado. Durante los siguientes cinco años se despertó el tardío interés de los terratenientes españoles por salvarlas.
  • El Marqués del Mérito informa a los autores que en el pueblo cercano, Fuencaliente, cada hombre era un cazador, aunque no habían conseguido acabar con las cabras.
  • La caza libre acababa de terminar y empezaron los cotos privados.
  • En Sierra Morena vivía una de las castas más importantes de ciervo común de Europa.
  • Se pagaba a los guardas una recompensa por cada águila real que mataban, y el mismo Marqués cogió un aguilucho del nido, habiendo matado a sus padres.
  • Se usaba extensivamente la estricnina para exterminar lobos.
  • El lince ya era muy escaso y las crías capturadas morían sin explicación.
CAPÍTULO XIV: SIERRA MORENA

LA CABRA MONTÉS

El turista que viaja por tren en Andalucía y observa desde la ventanilla de su vagón las laderas cubiertas de olivos, de aspecto poco abrupto en su conjunto, de Sierra Morena, no se hará una idea adecuada, ni mucho menos romántica, de esta gran cordillera de la que se ve sólo el borde meridional. Pero, de hecho, el tren le hace pasar apresuradamente a pocas leguas quizás de la zona de más estupenda caza mayor de España, lugar de montañas solitarias y con un sinfín de depresiones llenas de maleza, en donde se ocultan fieros lobos y jabalíes gigantes, junto con una de las castas más importantes de ciervo común que aun quedan en Europa.

En verdad, a Sierra Morena le faltan tanto los grandes picos como las estupendas alineaciones que caracterizan a todas las demás sierras españolas, desde Sierra Nevada y Gredos hasta los Pirineos. Consiste mas bien en un cúmulo de sierras yuxtapuestas de no mucha altura, aunque ramificadas hasta lo infinito, faltándole (salvo sólo en dos puntos) ese aspecto atrevido que resulta tan atractivo a la vista. Si todas las montañas españolas tuvieran el mismo perfil de Sierra Morena, el término "sierra" no podría aplicárseles. Es, además, un sistema montañoso de una sola vertiente, una especie de fortaleza, bordeada en su lado norte por las tierras meseteñas de La Mancha, pareciéndose en ésto al muy conocido Drakensberg del Transvaal.La Sierra Morena, típica pero genuina, separa a lo largo de mas de 300 millas las tierras bajas y soleadas de Andalucía de las desiertas y más frías tierras altas de La Mancha, al norte. Y en anchura (si incluyéramos los contiguos Montes de Toledo), este sistema montañoso se extiende poco menos de 150 millas. Como sistema montañoso en su conjunto, la Sierra Morena cubre un espacio igual a la totalidad de la Inglaterra al sur del Támesis, con una estribación central en el norte que comprendería todos los Midland Counties hasta llegar incluso a Nottingham.

[.....] Aunque Sierra Morena se caracteriza por su aspecto masivo más que abrupto, encontramos un par de crestones de roca desnuda de aspecto majestuoso. Tal es el caso, por ejemplo, de Despeñaperros, a través de cuyos desfiladeros pasa el ferrocarril andaluz casi subterráneamente. El mismo nombre de Despeñaperros significa en este idioma español, tan flexible, nada menos que sus rocas amenazan con llevar a la muerte y la destrucción a los perros que se aventuran por allí.

Otra interpretación sugiere que en tiempos antiguos, tales bromas gastaban los moros, no eran perros, sino cristianos (ya que para un moro ambos términos eran sinónimos) los que eran arrojados para darles muerte desde los riscos de Despeñaperros.

Estas formaciones rocosas son soberbiamente abruptas. Grandes peñascos separados, masivos, marmóreos y recubiertos de musgo, se elevan verticalmente en ásperas laderas, y grandes monolitos sobresalen, cada uno con un perfil rectilíneo tan preciso que uno se pregunta si son obra verdaderamente de la naturaleza o fortalezas de fábula del tiempo de los godos o de los moros. A pesar de su sorprendente perfil, con todo, sus peñascos y precipicios están demasiado dispersos y separados entre sí (con intervalos intermedios practicables) para atraer, a un amante de la montaña como el ibex, y ninguna montés ha ocupado nunca las gargantas de Despeñaperros.

Una zona igualmente abrupta, aunque más extensa y continua, se encuentra cerca de Fuen-Caliente, y tiene por nombre Sierra Quintana. Esta sierra, a pesar de que sus elevaciones sobrepasan escasamente los 7.000 pies, forma el único punto de Sierra Morena en el que la cabra hispánica pone aún los pies.

Allí, en 1901, el autor sufrió una de esas malas experiencias que de vez en cuando acontecen a aquellos que buscan cazaderos en los rincones más agrestes del mundo. Fue a mediados de febrero cuando, forzados por lo extremoso del tiempo, nos vimos obligados a buscar refugio en la aldea de Fuen-Caliente, colgada a 5.700 pies de una ladera de la sierra, del mismo modo que los aviones roqueros fijan sus nidos en las paredes rocosas. Fuen-Caliente data de los tiempos romanos. Fuentes termales, como indica su nombre, nacen aquí de las rocas hendidas, y los baños de piedra, no construidos por manos modernas, son testigos de empresas pasadas. Hoy en día, según se nos dijo, los baños de Fuen-Caliente atraen visitantes veraniegos; confiamos en la mejoría de su salud aquí. Seguramente es necesaria alguna compensación para equilibrar los peligros de la estancia en esta desaliñada aguilera. Lo escribimos de corazón, incluso después de todos estos años, y después de sufrir tribulaciones de todo tipo en un paraje tan rudo. Fuen-Caliente es dura de recorrer. Teniendo tiendas y un equipo de campaña completo, pensábamos vivir independientes de la posada del pueblo. Una noche, sin embargo, mientras escalábamos la pendiente que conduce a lo más alto de la sierra, nos sobrevino un vendaval de levante, con tormentas de nieve que ni siquiera una mula podría soportar. No podíamos hacer otra cosa que buscar refugio en la aldea de abajo. Mi dormitorio medía doce pies por cuatro, con una puerta en cada extremo. A la puerta, propiamente dicha, se llegaba por una escalera vertical; la segunda, podría quizás considerarse como ventana, pero en realidad sólo se distinguía de la anterior por su tamaño menor, ambas construidas de madera sólida. Por otro lado, cuando dejaba la ventana abierta, la nieve se arremolinaba en la habitación como en la sierra misma; si la cerraba, vivíamos en una oscuridad escasamente aliviada por una vacilante mariposa, que es una mecha de algodón flotando en un cuenco de aceite de oliva. Bajo tales condiciones, y otros horrores sin nombre, pasamos tres días con sus noches, mientras el temporal soplaba y la nieve se arremolinaba alrededor incesantemente.

A la mañana siguiente, el viento disminuyó, y la nieve dio paso a una fina lluvia. Estos levantes duran habitualmente entre tres y nueve días; por esto, pensando que éste ya había pasado, empaquetamos el equipo y salimos para buscar de nuevo al ibex. Caraballo, con su acostumbrada previsión, compró unos cuantos pollos vivos, que colgó por las patas del serón de la mula posterior. En la limitada área de Quintana, el ibex ofrece la mejor oportunidad para el rececho.

La expedición en el Peñón del Cuervo, Fuencaliente
Las mulas son estupendos animales de montaña. Los lugares que el animal superó aquel día no pueden ni creerse. Dos burros que pertenecían a dos cazadores locales, Abad y Brígido, que nos acompañaban, pronto se atascaron y tuvimos que dejarlos atrás. A las tres, nosotros, con mula y todo, alcanzamos la zona de más altura de Quintana, y acampamos a pocos centenares de pies de sus riscos más elevados. Montar una tienda entre rocas nunca es fácil; especialmente cuando las piquetas de hierro no encuentran agarre, y los vientos tienen que sujetarse, lo más seguramente que se pueda, a cualquier saliente.

Apenas se había puesto el sol cuando el levante volvió a apretar otra vez con redoblada energía. Sopló toda la noche a través de la garganta estrecha y alrededor de sus minaretes de roca en forma de pináculo, con el resultado de que a las once de la noche los vientos, deficientemente asegurados, se soltaron y nuestra tienda se vino abajo con un crujido. Tardamos dos horas (bajo el diluvio) en remediarlo; y cuando rompió el día una neblina helada envolvió la sierra, impidiendo ver nada más allá de unas cuantas yardas. El frío era intenso, y la pequeña pileta que habíamos ingeniado la noche anterior estaba completamente helada. La niebla continuó todo el día y el siguiente. No podíamos hacer nada, aunque persistimos en nuestras salidas diarias, como por deber, para dar una vuelta de unas cuantas horas entre los riscos. ¡Cómo rezábamos para que abriera un claro de al menos una hora y de este modo poder ver aquel glorioso panorama que buscábamos! Al crepúsculo de la segunda noche cayó una fuerte nevada y después una tormenta, que se sumo a nuestras alegrías. Los frecuentes y vívidos centelleos de los relámpagos iluminaban la oscuridad, provocando que los pollos supervivientes (que habíamos atado dentro de la tienda por caridad) piaran tan incesantemente que dormir era imposible. En esos momentos notamos una brusca bajada de temperatura: los hombres habían traído un cubo de campamento lleno de hielo que se proponían derretir en la pequeña fogata que ardía dentro de la tienda. Pero esto era excesivo, aún cuando significara "nada de café para el desayuno".

Como continuaban la helada y la niebla, la tercera mañana, los hombres propusieron que nos trasladásemos más abajo, a la colina, a un cortijo que conocían para esperar allí un tiempo más apacible. Pero para entonces el frío ya había entrado hondo en mi pecho y mi garganta, que sentía ásperos e inflamados, dejando al autor casi sin voz. Por todo esto, decidimos abandonar toda la empresa y levantamos el campamento, todavía envueltos en el manto opaco de la impetuosa cellisca.

Cruzando la sierra superior de la cresta, entre riscos de los que sólo eran visibles las bases, descendimos por la vertiente sur; aquí organizamos una "batida" entre las malezas que cubrían las laderas mas bajas. Los jaleadores nos informaron de que habían visto dos linces y tres cabritos. Sólo uno de estos últimos, sin embargo, entró a la escopeta, y resultó ser una marrana, la mitad más grande que cualquier jabalí que hubiéramos visto por entonces en España. Lamentamos no tener ningún medio de pesar esta bestia, que estimamos podía ascender muy bien a más de 200 libras netas. Una destacable cuerna mudada recogida en este lugar tenía cuatro puntas en la estaca, así como cuatro en la corona, con 34 1/8 pulgadas de largo y 5 3/4 de circunferencia de base.

Los "refugios" de la cabra montés en Sierra Quintana se encuentran entre algunos peñascos bastante grandes que forman las caras este y sur de la sierra. La tirada en este momento no obtuvo recompensa; debido a que aquí los montañeses nunca habían dejado en paz a las cabras monteses, ya que todos llevaban escopetas y las usaban en cualquier momento que hubiera oportunidad. El resultado era que los pocos ibex supervivientes se habían vuelto estrictamente nocturnos en sus hábitos, pasando el día entero en las cuevas y grietas de las paredes de aquellos precipicios verticales y desnudos. Algunos de sus encames eran absolutamente inaccesibles para cualquier criatura no dotada de alas. Una cueva, a pesar de que no ofrecía modo de alcanzarse, estaba situada sólo a unos ocho o diez pies sobre un reborde en la pared vertical de la roca. Una mañana al amanecer, las monteses, habiendo sido vistas al entrar en ella, impulsó repentinamente a un par de entecos cabreros a alcanzarlas desde la repisa de debajo, subiéndose uno de ellos a los hombros del otro, que estaba de pie en este estrecho anaquel. En su premura por escapar, el primer ibex rompió aquel precario equilibrio, y el pobre chico se precipitó hacia abajo, dando tumbos entre las rocas del abismo.

Al cabalgar de vuelta a casa a través de inhóspitas colinas cubiertas de arbustos, hacia el ferrocarril (a unas cuarenta millas de distancia), pasamos una noche en el pueblo llamado, con una inconsciente ironía, Cardeña Real. En las primeras horas de la mañana tuvo lugar otra terrorífica perturbación —alaridos, chillidos, ladridos— y todos los perros se volvieron locos. La noche estaba oscura como boca de lobo, y la lluvia caía a torrentes; a la mañana siguiente vimos que una manada de lobos había sacado a los cerdos de nuestro patrón de su zahurda, a menos de quince yardas de distancia. Ciertamente, tres cochinos mutilados estaban apilados contra la pared de nuestra cabaña.

La posibilidad de que nosotros acabásemos peor que estos cerdos no se nos había ocurrido con anterioridad. Con esto terminó, en un ciclo de catástrofes, nuestro primer enfrentamiento con la capra hispánica en Sierra Morena; pero este fallo inicial sólo sirvió para estimular posteriores esfuerzos. Por otra parte, el invierno no es estación para acampar en estas altas sierras. Mayo es más favorable, aunque el mejor momento es a comienzos de otoño.

En esta época (1901) los ibex supervivientes habían disminuido a un mero puñado. Afortunadamente, aquí como en otras partes de España, se despertó durante los siguientes cinco años el tardío interés de los terratenientes españoles por salvarlos. El propietario de las sierras antes mencionadas (el Marqués del Mérito) nos favoreció con los últimos detalles tanto respecto a la montés como sobre otras bestias salvajes de este lugar:

El Marqués del Mérito en el Mirador de la Cruz (Fuencaliente)
(Del libro "Tras las monteses de Sierra Madrona")
"La cabra montés (nos escribe) es la pieza más difícil de cazar de todas, lo que queda probado por el hecho de que en las tierras que poseo en Sierra Quintana (aunque hasta años recientes no estuvieran protegidas y en la cercanía de un pueblo donde cada hombre era un cazador) los cazadores locales no han tenido éxito en exterminar la especie. Sus medios de defensa, además de su olfato y vista agudos, consisten principalmente en las inaccesibles cuevas naturales de estas montañas, en las que los ibex buscan refugio invariablemente, en el momento en que se dan cuenta de que los persiguen. En estas cuevas las cabras hispánicas acostumbran a pasar el día entero, sin salir nunca a alimentarse, salvo durante la noche.

Hoy en día (desde que la caza libre ha terminado) empiezan a mostrarse un poco durante el día, y demuestran también de otros modos la confianza recuperada. A pesar de todo no muestran la más ligera inclinación a abandonar su vieja tendencia a trasladarse, inmediatamente a la aparición de peligro, hacia los vastos precipicios y riscos que se encuentran hacia el este de la sierra, cuyos albergues les ofrecen una seguridad casi completa. El método más efectivo para conseguir una pieza hoy día, es, como ustedes saben, al rececho. Porque este animal, cuando se ve repentinamente sorprendido por un ser humano, se asusta menos que el ciervo o cualquier otra pieza de caza, y habitualmente deja tiempo bastante para poder apuntar cuidadosamente. Ciertamente, parece alarmarse más, cuando ha perdido al intruso de vista.

La época de celo tiene lugar en noviembre y diciembre, y los chivos, normalmente en número de uno o dos, nacen en mayo, al igual que en las cabras domesticas. Un terrible enemigo de éstos es el águila real, ya que su nacimiento coincide con el período en que estas aves rapaces deben alimentar a sus propias crías, y se vuelven más agresivas que nunca. Para reducir el daño que hacen, pago ahora a los guardas una recompensa por cada águila que matan, y esta última primavera cogí yo mismo un nido que contenía un aguilucho, habiendo matado a sus padres.

No puedo anotar con precisión la dimensión de sus cuernos, pero se mató aquí un ibex (que se llevó Barasona a Córdoba) que medía 85 centímetros de longitud (33 1/2 pulgadas). Del último, cazado por Lord Hindlip, tal como se ve en la foto que les envío, la longitud de los cuernos era de 68 centímetros (26 3/4 pulgadas).

Las dimensiones de la mejor cabeza de montés obtenida por nosotros en esta sierra fueron: longitud, 28 pulgadas; circunferencia de base, 8 1/4 pulgadas".

LOBOS

Estos animales, que hacen un daño increíble a la caza, son muy abundantes en Sierra Morena, aunque raramente cobrados en las monterías. Ello no se debe a que el lobo sea particularmente astuto, sino simplemente, porque mientras esperan al ciervo, los deportistas habitualmente se pegan mucho al suelo, ofreciendo la oportunidad a los lobos de que pasen desapercibidos; mientras que, por otra parte, cuando sólo se aguardan jabalíes, y por esto los cazadores se ocultan menos, el lobo puede detectar el peligro antes de llegar a alcance de tiro. En mayo y junio las lobas tienen a sus crías; pero es difícil encontrarlas, ya que en esta época se trasladan a zonas más apartadas de las querencias frecuentadas en tiempos normales. Con todo, hay un método para descubrirlos que conocen los montañeses como el oteo, o el vigilarles por la noche, anotando precisamente el lugar donde cada loba aúlla. Si a la mañana siguiente el aullido se repite en el mismo sitio, es prácticamente seguro que tendrá su cría en las cercanías inmediatas.

Lobo cazado en Sierra Morena, 1909 (93 libras)

Al amanecer los cazadores procederán a examinar cada arbusto y caña en el punto marcado, que invariablemente consiste o en un matorral espeso o en rocas fracturadas. A todo alrededor del cubil en cien yardas, el terreno está marcado con huellas y arañazos, que habitualmente llevan a su descubrimiento; pero si no se les encontrara ese día, es completamente inútil buscarlos ahí el siguiente, puesto que desde el momento que una loba percibe que se busca a sus cachorros, los traslada lejos con presteza. Se usa extensivamente la estricnina para exterminar lobos, dando resultados positivos . Al mismo tiempo es siempre mejor complementar su uso con la búsqueda, acompañados de hombres que conozcan el terreno, de los lobeznos en la estación apropiada. La foto frente a la página 172 muestra un viejo y magnifico perro lobo que pesó 93 libras muerto, que obtuvimos en Sierra Morena, cerca de Córdoba, en marzo de 1909.

LINCE O GATO CERVAL

Este animal cría en abril y mayo, y su número de crías es generalmente de dos. Las crías capturadas en su mayoría mueren en el momento en que cambian la dieta de leche a comida sólida, y uno puede imaginarse que ocurrirá lo mismo en el caso de los linces en estado salvaje, ya que de otra manera es difícil explicar por qué un animal, cuyo único enemigo es el hombre, sea tan escaso. Su comida consiste en perdices, conejos y otra caza menor.

CIERVO COMÚN

En el caso del ciervo de estas montañas, como en cualquier otro lugar de España, el celo depende del otoño, estación que puede ser más temprana o más tardía; pero el celo siempre tiene lugar entre mediados de septiembre y mediados de octubre. Los cervatillos nacen a final de mayo y comienzos de junio, y maman de sus madres hasta el siguiente otoño. El desmogue, junto con el cambio de pelaje, varían en fecha, dependiendo del estado de salud de cada individuo. Ocurre generalmente en mayo pero en animales muy robustos hemos vistos casos en abril, y en los varetos, o venados de un año, en marzo. El desarrollo de la nueva cuerna es completo a finales de julio, y en agosto se les cae el terciopelo. Los cuernos al principio, son de color hueso, pero se oscurecen gradualmente, dependiendo el color final de la naturaleza del matorral frecuentado, encontrándose los mas oscuros en aquellos venados que habitan en jarales.

Trofeo récord de venado, Lugar Nuevo, 1909

Aunque se cree corrientemente entre la gente del pueblo que la edad de un venado puede determinarse por el número de sus puntas, esto es incorrecto, ya que el desarrollo de la cuerna depende solamente de la robustez del animal. Frecuentemente ocurre que un venado lleva menos puntas de las que tuvo el año anterior. Cuando las ciervas están a punto de parir se aíslan, buscando los lugares donde el matorral es menos espeso, dejando el cervatillo oculto en cualquier arbusto. Los hábitos de una cierva cuando da a su retoño las primeras lecciones en las artes del camuflaje y la prudencia son interesantes de observar. Poco después del alba la madre repentinamente pone en práctica una serie de saltos salvajes y convulsos, brincando sobre la maleza como si estuviera en presencia de un peligro visible, alarmando al joven para enseñarle a buscar cubierta por sí mismo. Esto se repite a intervalos hasta que el cervatillo ha aprendido a encamarse, y entonces la cierva hará lo mismo, a la vista, aunque a alguna distancia. Sólo deja que su progenie la acompañe cuando han adquirido suficiente fuerza y agilidad para que la sigan, cosa que ocurre unos veinte o treinta días después del nacimiento.

Cuando se descubre el rastro de una cierva aislada en la temporada de cría, se la puede seguir al lugar donde amamanta a sus crías. Pero tan pronto como uno observe las huellas de estos saltos espasmódicos con los que enseña a su cría el sentido del peligro (como arriba se ha descrito), uno debe empezar a examinar pausadamente cada matorral circundante. Se podrá encontrar en cualquiera de ellos al cervatillo, enroscado en el suelo sin encame alguno, y con el morro descansando en su flanco . Ofrecerá al principio alguna ligera resistencia, pero una vez capturado, puede dejársele libre con la seguridad de que no hará intento de escapar.

Los únicos enemigos que los venados adultos tienen que temer son los hombres y los lobos, aunque principalmente los últimos, puesto que ellos no sólo destruyen en esta sierra grandes cantidades de cervatillos recién nacidos, sino que, peor aún, cuando una manada de lobos ha probado la carne de venado comienza habitualmente a cazar, tanto ciervas como ciervos jóvenes a los que siguen con persistencia, día tras día hasta que quedan absolutamente exhaustos. Entonces los empujan, teniendo lugar la escena final normalmente en cualquier profunda cañada o arroyo de montaña. Los cervatillos de ciervo común, como ocurre con los chivos de la cabra montés, son también presa de las águilas reales.

LA CAZA DEL CIERVO

En lo que respecta al deporte, los mejores resultados sólo pueden conseguirse en las monterías, suponiendo que la zona esté espesamente recubierta de vegetación y generalmente elevada. Hay también un sistema de caza en la "berrea", pero éste no es seguro, debido a la velocidad de los movimientos del venado, la espesa maleza, y el riesgo de que tome el viento. Los rastreadores de mucha práctica tienen la costumbre de cazar a la greña, que consiste en observar al ciervo al amanecer, seleccionando un buen ejemplar y después siguiendo su rastro hasta el mediodía (hora en la que el ciervo, disfruta su siesta, resultando fácil acercarse a él) y tirándole cuando salta de su cama, al arrancar. Un venado realmente grande casi siempre se encuentra solo, o si tuviera un acompañante, el segundo también será un animal de gran tamaño. Estos venados nunca van con las hembras, salvo en la época de celo, en otoño. El sistema de la montería se describe con detalle en el siguiente capítulo. 

EL CIERVO Y EL JABALÍ

El ciervo de montaña de Sierra Morena es el más grande de su especie en España y podrá compararse favorablemente con cualquier ciervo realmente salvaje de Europa . Los dibujos, fotografías y medidas dadas en este capítulo así lo prueban, aunque ningún número ofrecerá una idea adecuada de estos magníficos animales tal como se les ve en todo su esplendor vital saltando con brincos desiguales sobre cualquier paso rocoso, o al coger una dirección deliberada tras alpear una pendiente. Macizo como es su cuerpo (pesando unas 300 libras netas), aun así su gigantesca cuerna parece casi desproporcionada en longitud y estructura.

Al estar toda la sierra cubierta de matorral y maleza, más espesa en algunos lugares, pero con rasos dispersos, la caza queda prácticamente limitada a la "batida" a gran escala, llamada en español montería. Antes de describir dos o tres de nuestras experiencias típicas en esta sierra, intentaremos hacer un esbozo del sistema de la montería tal como se practica a través de toda España..

Siendo el área de operaciones inmensa y cubierta de vegetación casi continua, es costumbre emplear dos o tres rehalas recobas separadas, contando en total unos setenta u ochenta perros. Las demás rehalas —además de las que pertenecen al anfitrión— las traen los cazadores invitados y cada una tiene su propio perrero, al que seguirán o reconocerán sólo sus perros . Los perreros (no los jaleadores) van montados, y cada uno lleva un trabuco y una caracola, o cuerno de caza formado por una gran caracola de mar. Las patas delanteras de los caballos, cuando es necesario —especialmente en Extremadura— van envueltas enfundas de cuero para protegerse de las terribles púas y espinas de los cistus quemados que pinchan y cortan como cuchillos. Los mejores perros son los podencos de las castas de mayor tamaño, y también los cruces de podencos y mastín, y de mastín y alano, raza de bulldogs de pelo hirsuto muy usados en Extremadura para el "agarre" del jabalí.

Los perreros con sus rehalas, y los jaleadores habitualmente comienzan con el alba, y a veces mucho antes, dependiendo de la distancia que tengan que atravesar hasta sus lugares, que puede ser de diez o doce millas. Hasta llegar al lugar de partida, los perros van acollarados en parejas y entonces se les pone un collar individual con un cencerro y estando la alineación completa —cada rehala en el lugar designado— a una hora acordada empieza la batida.

En cada ocasión en que una pieza es levantada se dispara un tiro de fogueo para animarles, y los ruidos de los jaleadores suenan detrás de ellos en millas alrededor. Si el animal sigue una dirección recta hacia adelante (la deseada), los perros son llamados con rapidez por las caracolas antes mencionadas, y la batida entonces es rehecha y reanudada.

Perrero con su caracola
Mientras tanto —lejos, en los puestos preestablecidos a distancia— la armada ha ocupado ya sus posiciones adjudicadas, las escopetas muy a menudo dispuestas a lo largo de la cuerda, en la cresta de alguna elevación prominente, a veces desplegada en un estrecho paso de valle que hay más abajo. Si el número de tiradores fuera insuficiente para llenar la línea completa, es eficaz a veces el recurso de colocar una segunda línea de escopetas (llamada traversa), proyectada hacia la batida, y en ángulo agudo con el centro de la primera línea.

Podría ocurrírseles a aquéllos acostumbrados a tratar con caza de montaña a gran escala, que es remota la posibilidad de mover a los animales con cierta exactitud hacia una línea de escopetas insuficiente, dispersa sobre vastas áreas. Sin duda, el número de escopetas —incluso diez o doce— es necesariamente insuficiente, pero aquí el conocimiento del lugar y la pericia de los serranos españoles (por naturaleza entre los mejores guerrilleros del mundo) es puesta efectivamente en juego. En la práctica es raro que los mejores "pasos" no estén controlados.

En las zonas más altas, el perfil está frecuentemente interrumpido con "pasos" denominados portillas, suficientemente destacados como para sugerir, incluso a un extraño con buen ojo para tales cosas, las líneas probables de huida de las piezas en movimiento. Pero los "pasos" no siempre están claros, ni todas las alineaciones ofrecen un perfil interrumpido. Por el contrario, frecuentemente presentan altas cimas que incluso a simple vista se presentan completamente uniformes. Aquí sirve de ayuda esa intuición local a la que nos referíamos antes, y si no, se echará en falta. Muchas veces una larga cresta aparentemente sin portillas puede (y a menudo es así) incluir varios pasos muy frecuentados. Un ligero disgusto puede sentirse con facilidad al darse uno cuenta de que el puesto asignado no presenta ningún signo de «ventaja» en su radio de acción, o «jurisdicción», como lo llaman los guardas españoles de forma arcaica. Podría ser después de todo —y probablemente así es— que el puesto sea el punto de convergencia de multitud de arroyos, hondonadas, y otras salidas acostumbradas, todas invisibles desde la profundidad sin visibilidad donde se encuentra uno; pero los puntos más destacados de la geografía cinegética son perfectamente conocidos por nuestro guía.

El monte bajo de Sierra Morena consiste en vastas áreas —muchos centenares de millas cuadradas— de jaral, un arbusto de hojas espinosas que crece hasta la altura de los hombros en los suelos más pedregosos. Dondequiera que un suelo ligeramente más generoso lo permite, el jaral se intercala y espesa con rododendros, escobón, mirto y cientos de plantas afines. En las laderas más ricas y zonas húmedas se apelotona una maleza enmarañada de lentisco y madroño, espino blanco y acebo, todo entretejido con la maligna zarza con la que es tan fácil engancharse, y la madreselva, junto con los brezos, la genista, los helechos gigantes, la aulaga, y una veintena de especies. Los cauces están flanqueados por adelfas , y los árboles principales son el alcornoque y la encina, el acebuche, el enebro y el aliso, además de otros de los que sólo conocemos los nombres españoles como quejigos, algarrobos, agracejos, etc.

Naturalmente, en terrenos tan escabrosos y quebrados como estas sierras, donde todas las escopetas están protegidas por alturas intermedias, disparar está permitido en cualquier dirección, tanto de frente como por detrás, e incluso a veces a lo largo de la misma armada. Una supervivencia de tiempos salvajes, cuando los jaleadores no contaban para nada, es sugerido por un refrán de la sierra:

Más vale matar a un cristiano
que no dejar ir a una res.

Unas palabras aquí en cuanto a las piezas y sus costumbres. Las guaridas de jabalí están invariablemente en la maleza más espesa y en la umbría, donde el sol nunca penetra. Hay siempre a mano, además, una salida preparada, a lo largo de algún cauce profundo, o bien por una cañada o garganta rocosa. Raramente se encuentran estos animales en terreno abierto, o de cubierta vegetal escasa. Son usualmente los más fuertes madroñales los que ellos seleccionan para sus cuarteles. Es raro que el jabalí sea «agarrado» por los perros durante una batida, y nunca los «solitarios».

Jabalí (200 libras netas)
El ciervo, por el contrario, evita la maleza espesa, encamándose en el matorral más ralo, e invariablemente en la solana. Aunque sus camas pueden encontrarse en terreno mas bajo, buscan siempre las alturas cuando se les acosa, y entonces eligen el camino a través de los matorrales de cistus más claros o a través de las laderas abiertas, sabiendo por instinto que aquí pueden correr más deprisa y rehuir mejor la rehala que los persigue.

Debido a la amplitud de área de cada mancha, la montería en la sierra se limita a una sola batida por día, llegando los tiradores a sus puntos a las once de la mañana, permaneciendo allí hasta bien entrada la tarde. En las llanuras, como ya se ha descrito, cuatro, cinco e incluso seis batidas son posibles algunas veces durante el día.

Abel Chapman y Walter J. Buck