22 de agosto de 2020

FUENCALIENTE A PRINCIPIOS DE LOS AÑOS SESENTA

"CAMINOS DE LA MANCHA"

"Caminos de la Mancha". José Antonio Vizcaíno. Editorial El Avapiés. 1966.
En este ameno libro, su autor, José Antonio Vizcaíno, narra sus viajes a principios de los años sesenta por diversos pueblos de La Mancha, contando su historia y describiendo a sus habitantes. En su viaje a Fuencaliente se encontrará con el pueblo en ebullición por ser el día previo a una montería. En su corta visita se topará con los "señoritos" que vienen de caza y se alojan en el Balneario; con los cazadores del pueblo que se reúnen en las peñas locales (Los Vuelcaollas, La Cijaca, o la Mesa La Pólvora); con Curro y Benito, los guardias municipales; y con personajes como El Cacharrante. En la taberna conocerá "la cargazón natural del rústico aumentada por el vino" y la "filosofía cazurra". A otro día se tendrá que ir sin ver las pinturas rupestres y con una buena "chupa" de agua. Ésta es la narración de su visita a Fuencaliente.
TERCER CAMINO
UN SOLDADO CABEZÓN
Fuencaliente, cuyo origen primero se remonta al periodo epipaleolítico, fue conocido en el siglo XII por Fuencalda. Cuenta la leyenda que un soldado de Cabezarrubias, a su paso por el lugar camino de su pueblo natal, acudió a bañarse a las aguas de una charca y en ella vio reflejada una imagen de la Virgen que había en un árbol cercano. Inmediatamente sanó el soldado de unas erupciones que padecía, fruto de las penosas jornadas de la guerra, por lo que, sin dudarlo un momento, guardó la imagen en su macuto y prosiguió la marcha. Al llegar a Cabezarrubias, con gran contento, dio cuenta del hallazgo y de la milagrosa curación, mas su sorpresa fue grande al abrir el morral y verlo vacío. Sin embargo, nuestro buen soldado era cabezón (sin que haya en ello alusión alguna a su patria chica) y determinó volver sobre sus pasos. De nuevo encontró la imagen en el árbol y de nuevo la depositó en sus alforjas, procurando esta vez cerrarlas convenientemente. No obstante, el resultado tornó a ser desesperanzador: desaparición de la imagen, cara de pasmo del soldado y pliegues maliciosos en las bocas de sus vecinos. ¡Ah, pues esto no puede quedar así!, clamó el soldado; y tanta fue su obstinación que convenció a las autoridades religiosas para que le acompañaran al lugar del prodigio. Hiciéronlo así, y, llegados al sitio, quedaron convencidos de la veracidad del relato. Asieron la imagen, la encerraron con gran cuidado y, ya en Cabezarrubias, al querer mostrarla a la multitud, descubrieron su falta. Entonces, diéronse a pensar los sabios varones y uno de los tantos, el más avispado, encontró la solución: eso es que la Virgen no desea moverse del lugar en el que fue hallada, dijo, construyamos una ermita en su honor. Y de esta manera se hizo y con la referida ermita, alzada sobre las benefactoras aguas, topó el maestre de Calatrava, don Pedro Muñiz de Godoy, cuando se encaminaba a Andalucía en seguimiento del rey Enrique de Trastamara. El tal maestre —que de suyo debía ser dadivoso— concedió licencia al fraile Benito Sánchez para poblar los territorios cercanos y recibir tributos de los nuevos moradores. En la iglesia parroquial de Fuencaliente hay un grupo escultórico que representa a la Virgen de los Baños y al soldado a sus pies, en actitud recogida, justamente encima del manantial que abastece de aguas termales al balneario.
— Aquí, a Fuencaliente, vienen muchos a curarse el reuma —dice Andrés—. Estas aguas tienen fama de ser muy saludables.
— Pero cuando están los bañistas no se puede venir ni de paso — agrega Cecilia — Invaden el balneario, lo ponen todo perdido, !con decirle que van por las calles en albornoz!
Al caminante eso de ir por la calle en albornoz no le parece grave pecado (todo es cuestión de tener albornoz y dónde lucirlo) y tocante a ponerlo todo perdido, pues, ¡a ver!, si se mojan..., tendrán que salpicar. Además, que en Cecilia, tan multitudinaria, tan sociable, tan amiga de la colectividad, extrañan tales manifestaciones, por muy chapoteadores de aguas sucias que sean los bañistas o muy bereberes que parezcan.
— Nosotros ya tenemos alojamiento reservado en el balneario —le confía Andrés al caminante—. Aunque habrá llegado bastante gente, porque esta es la última cacería de la temporada; venga usted conmigo a ver si todavía queda algo libre.
Fuencaliente es pueblo que se desparrama desde lo alto, resbalando sus calles ladera abajo, por lo que todas forman cuesta y muy pronunciada. La del balneario —la más importante—, aunque también empinada, corta en transversal al resto, a espaldas de las dos o tres plazoletas que circundan a la iglesia. Cuando el matrimonio Pum-Pum y el caminante hacen su aparición, una larga hilera de automóviles estacionados les precede.
— ¡Lo que dije! —suspira Cecilia—. ¡Somos los últimos!
!BEBA USTED, SEÑOR ESCRIBANO!
No había espacio suficiente en el balneario para los tres viajeros y el caminante tuvo que volver a la calle y solicitar ayuda al cabo de la guardia municipal.
— !No se pure usté, amigo! ¿Qué dice, que quiere una cama? ¡Pues, como si quiere doscientas! Aquí estoy yo para proporcionársela. Usté no se me ponga nervioso, que ya verá como todo se arregla.
El caminante iba a replicar que no se apuraba por tal nimiedad, ni tampoco se ponía nervioso, mas, considerando el celo y las ganas de agradar del cabo, creyó oportuno aparentarlo y así no atentar contra la más elemental de las cortesías.
—Usté se va ahora a tomarse unos vinos donde yo le lleve, luego a cenar y después, cuando tenga deseos de tumbarse, no tiene más que decirme: Curro, que me quiero ir a la cama. Y yo le llevo a usté a un sitio donde le van a tener que despertar con pólvora.
—Lo de la pólvora vale más que la ahorren por si hace falta en la cacería. En cuanto a lo demás, de acuerdo, Curro. Se llama usted Curro, ¿no es eso?
—Si, señor, digo……, no, señor. Yo me llamo Juan, ¿sabe? Lo que pasa es que aquí me dicen Curro por mi madre, que era la Currita. Algunos, dése cuenta, hasta me nombran por Francisco y por Paco, ¡y no quiera saber la que se armó cuando la mili!
Francisco, digo Paco, digo Curro, digo Juan, entorna los ojos y hasta se le nublan un poquito al recordar aquellas añejas glorias de su época militar. Porque Francisco, digo Paco, digo Curro, digo Juan, tuvo que ser un buen soldado. No hay más que verle la marcialidad y la gallarda apostura con que luce el uniforme —más burocrático que guerrero— de su desempeño municipal.
—Yo estuve en Santa María de la Cabeza cuando la guerra, sí señor. Y aún tengo en esta pierna la cicatriz que me dejó una bala traidora.
Junto al balneario, separada tan sólo por un callejón de acceso a la plaza, hay una taberna; y en esta taberna, en el piso de arriba, se reúnen los miembros de una de las tantas sociedades de cazadores que abundan en Fuencaliente. Allí fue a parar el caminante, acompañado por Francisco, digo Paco, digo Curro, digo Juan.
—Oiga, para no liarlo más, ¿usted cómo prefiere que le llamen?
— ¿Yo? Curro, sí señor. Me gusta más Curro.
Curro (el nombre o apelativo) posee reminiscencias andaluzas y como Fuencaliente, pese a pertenecer a la provincia de Ciudad Real, es pueblo netamente serrano en cuanto a posición geográfica, aficiones y modos de vivir, se acomoda más a la usanza de los cordobeses de la otra linde que a los manchegos de su propia demarcación.
—Oiga, Curro, ¿usted cree que la Mancha tiene algo que ver con Fuencaliente?
—No, señor; ná. Nosotros, los de por aquí, nos tiramos más hacia abajo, hacia Andalucía, que a otra cosa.
Los hombres de la sociedad de cazadores ocupan una pequeña habitación, en cuyas paredes se arraciman cornamentas de venado, láminas de perros, cuadritos con fotografías de momentos triunfales, medallas y sendas cabezas de ciervo y jabalí.
— ¡Beban ustedes del vino Mejía, que invita este señor, que es primo hermano!
Las botellas se consumen con rapidez pasmosa y es que los hombres están contentos porque al día siguiente hay montería. Los forasteros, los señoritos que pagan unos miles de pesetas por el puesto, entran y salen, cumplimentan a los pueblerinos, se beben un par de vasos con ellos, soportan con una sonrisa bromas reiterativas, frases torpes, la cargazón natural del rústico aumentada por el vino... No hay más remedio que aguantarlo —seguro que piensan—. Conviene estar a bien con esta gente. Total, ¡para una vez al año...!
—Don Lorenzo, a usté mañana lo hacemos novio. !Ya lo verá como sí!
—¿A mis años me vais a hacer vosotros? Pero, ¡no veis que soy viudo de tres mujeres!
El Cacharrante, muy oficioso en atender a los recién llegados, es de los que arman más barullo y se pone pesadísimo queriendo agradar.
— ¡Paco, tu vaso! ¡Paco, tu vaso! ¡Paco, tu vaso! —y así.
Curro, en mitad del griterío, le pregunta al caminante si irá al día siguiente a la cacería y el caminante le responde que prefiere acercarse hasta la Peña Escrita, la de las pinturas rupestres y posible lugar de penitencia de don Quijote.
— ¡Ah, ya verá usté cosa seria! Pero, tiene que acompañarle alguien y yo no voy a poder... Mire, se lo diré a mi compañero, al otro guardia, que le lleve con una borriquilla que él tiene y que es como una moto...
Persisten las voces de los cazadores, como recios escopetazos en pos de la pieza deseada, hablan todos a la vez, cada cual no escucha más que a sí mismo y sus hazañas respectivas, caprichosamente engordadas, crecen y crecen y crecen...
El caminante ha sacado su cuaderno de notas para tomar algunos apuntes y el Cacharrante que lo ve, con un par de vasos en la mano, según costumbre, le grita:
— ¡Beba usté, señor escribano! —y le tiende un vaso—. Pero, ¡beba con tiento, eh, que si usté se emborracha anda mal la contabilidá!

LOS MONTEROS DE FUENCALIENTE
Amanece nublado en Fuencaliente. La sierra toda es un gigantesco toro bravo que le tira cornadas al cielo y se lleva un jirón de niebla prendido entre las astas poderosas. El pueblo entero hierve de impaciencia ante la próxima cacería. Pasan los monteros, muy tiesos y arrogantes, muy poseídos de su papel e importancia, escopeta al hombro, traje de pana, zahones, sombrero de ala ancha. Sosiegan las caballerías su ardor mañanero y componen la estampa plástica que se recorta contra el fondo achaparrado de la vecina cordillera. Las rehalas de perros alargan por doquier sus cuerpos menudos, nerviosos, blancos o moteados; ellos son, en definitiva, la verdad de la caza, el olisqueo furioso, la acometida, el clamor de alerta, la lucha cuerpo a cuerpo. Ellos son el rastro milenario de una antigua necesidad, hecha deporte, que se desarrolla, por azar —o cualquiera sabe—, junto a los restos de una vieja cultura, ya olvidada.
—Mal lo van a pasar hoy los jabalines en el monte —surge el comentario de un grupo.
—A ver si se ponen a tiro las reses —se escucha por otro lado.
A la madrugada, a pie, salieron hacia la sierra los cuquilleros, los cazadores furtivos que se sitúan fuera del límite de la mancha (que así se le denomina a la franja de terreno acotada para la montería) y aun algunos de ellos habrán maldormido entre los riscos, dispuestos a ocupar las mejores posiciones.
—Mira las jaurías —le dice un vejete a otro— qué ansias tién los condenaos perros de echarse al monte.
En un camión los suben a todos, a golpe de puño si es preciso, mientras se llena de ladridos la mañana opaca, y allá que van todos juntos, hombres y perros, confundidos en la más gloriosa y democrática intimidad.
— ¿Qué tal se ha dormío?
Curro, despojado de su uniforme, se sitúa a un lado del caminante. Su presencia rompe la pasividad del grupo de curiosos.
—Bien, Curro, muchas gracias.
—Ya le he apañao lo de la Peña Escrita. Mi compañero vendrá a buscarle a la taberna —se disculpa—. Yo es que tengo que ir a la montería, ¿sabe?; si no, con mucho gusto...
Los automóviles inician el desfile. En los atuendos deportivos de los cazadores, sin discriminación de sexo, predomina el ante; ah, y también el sombrerito de la pluma tiesa. Algunos modelos huelen a escaparate reciente, como, por ejemplo, el de Cecilia, que ronda por las proximidades del caminante informándose del tiempo.
—Diga, buen hombre, ¿usted cree que lloverá?
—Pues..., ayer cayó agua a ratos... El parte dijo anoche que...
Andrés, con la tarjeta en la mano, interroga a Curro acerca del puesto que le ha correspondido.
—No es malo, no... En Valderrepiso..., según sople el viento...
Los hombres del campo jamás niegan ni afirman; no quieren comprometerse. El caminante no desearía extender aquí su índice acusador, pero supone (o le da en la nariz, que para el caso es lo mismo) que esta es la manifestación de una raza oprimida, obligada a enmudecer durante cientos de años, constreñida a no opinar, siquiera en los casos fútiles, y escarmentada dolorosamente en sus propias y maltrechas carnes; por eso, la tal costumbre, rebotada de generación en generación, es hoy filosofía cazurra, un decir y no decir, expresión maliciosa entre medias palabras... Un asco, de verdad.
El caminante, cuando hubieron partido los cazadores, se subió hasta lo más alto del pueblo, allá donde el asfalto pierde vigor y es menester amarrarse a los guijos del suelo para no dar un tropezón y caer rodando, monte abajo, hasta dar con los huesos en las heladas aguas del río Yeguas, ya en el valle. Luego, cuando calculó que era próxima la hora de encontrarse con el guardia, regresó a la taberna. Se entretuvo primero como simple espectador de la discusión entre un gitano y un payo, caviló después a solas y cuando más absorto estaba, sintió que le tocaban en el hombro.

AQUÍ NO HAY MÁS QUE TOSER Y PEER
— ¿Usté es el forastero que tiene empeño en ir a la Peña Escrita? Pues, yo soy Benito, el compañero de Curro. En cuanto quiera...
En Fuencaliente hay casas que tienen varios pisos, pero la construcción es anárquica, sin fisonomía propia, aunque ésto bien se comprende en un lugar que cabalga a lomos de Sierra Morena y tanto puede desmontar hacia el lado de Castilla como al de Andalucía. Ocurre igual con los hombres, menudos, vivarachos, magros de cuerpo y rostro alargado, fantasiosos, presumiendo de estilo y de compás, que por algo aparecen aquí la bota campera y el sombrero ancho —preludio de estampa andaluza— y es que los hombres de Fuencaliente, en verdad, sólo tienen perfil.
—Vamos a mi casa a por la borriquilla —dice Benito—. Nos hará falta al pasar por el lado del río.
En la casa de Benito, limpia y de buen ver, están la madre y la suegra arrimando cazuelas a la lumbre de la chimenea.
— ¿Le gusta nuestro pueblo? —indaga la una—. Lo malo es que es muy empechao, ¿eh?
— ¿Cómo?
— Quiere decir que tiene muchas cuestas —arregla la otra— que es muy fragoso.
Benito prepara la borrica en un santiamén e invita a subir al caminante.
—No, gracias; de momento, prefiero ir andando.
— ¿Es que no ha visto nunca un burro tan cerca?
—Sí, hombre, claro que sí: !de los de dos patas!
Apenas iniciada la marcha acude la lluvia, puntual siempre, disciplinada, como dando a entender a los atrevidos excursionistas que no podrán librarse de su embarazosa compañía.
—Por ahora es poco, lo malo es si arrecia —comenta Benito—. Como el viento no deje de trabajar...
El caminante le pregunta a Benito qué tal se vive en Fuencaliente y aquél le responde que regular (entiéndase bien, entonces), que antes se trabajaba más el campo : cereales, olivos, cebada, centeno, algo de garbanzos...
—La aceituna ha estao mala estos años atrás. Muchos se han ido a Barcelona, y al extranjero, y a los infiernos, que es lo que yo me digo: que igual habrá que trabajar pa comer en toas partes. Pero el campo no da, porque ya sabe usté que los jornales son escasos y este es un terreno muy malo y muy quebrao pa meter tractores. Yo, mismamente, he tenío que dejarlo y ahí estoy, en el ayuntamiento, arrimao a un sueldo seguro. Antes me quise hacer guardia civil, pero no pude por que se me había pasao la edá. Ya ve usté, después de saberme de corrío los artículos...
El grupo abandona la carretera, tras un par de kilómetros, desviándose por un sendero de herradura que se interna monte arriba. El caminante sube aprisa, con las gotas furiosas golpeándole el rostro, sin atender a los requerimientos de Benito, quien, en vista de que el otro no monta en la burra, lo hace él.
— ¿Sabe usté que aquí subío voy arrecio? —dice al poco rato.
La tormenta terrible y despiadada, portadora del furor de los cielos embravecidos, tuvo la feliz ocurrencia de manifestar sus primeros síntomas amenazadores en el preciso instante en que los tres optimistas viajeros (contemos también a la borrica) cruzaban por delante de una casita de campo, la única hasta entonces, que ofrecía el oportuno cobijo de su techo.
— ¿Le parece que nos refugiemos un poco o seguimos?
—La duda ofende, amigo. ¡A escape hacia la casa !
No es más que una choza que consta de vivienda y establo (y tanto da una parte como la otra) en la que habitan un matrimonio joven y dos niñas. No hay más calor, ni más luz, ni más vida, que el tenue chisporroteo de los leños del hogar.
—Siéntese usté. —le dicen al caminante; y le alargan una banqueta baja y dura— De pie no se puede estar porque hace humo.
—Aquí no hay más que toser y peer —añade Benito con sonrisa pícara.
Dos horas largas, monótonas, insufribles, escuchando el bufido del viento y el golpear de la lluvia contra la tierra cada vez más reblandecida; dos horas largas de penumbra, de humareda que escuece en los ojos hasta hacer saltar las lágrimas, aguantando las tarascadas retozonas de las niñas y de una chivita negra que con ellas juega.
—Si quiere usté, la Chorrera de los Batanes está ahí, a un paso. Este, hombre le deja un impermeable y nos acercamos. La Peña Escrita ya es más difícil...
—Mire, Benito: este temporal no lleva trazas de amainar en todo el día. Lo que tenemos que procurar ahora es ver cómo nos las arreglamos para el regreso y dejarnos de chorreras, peñas y demás garambainas, que cuando al vendaval de la desdicha le da por sacudir destroza todo cuanto se opone a su avance. Los hombres, ante la adversidad, tenemos que doblarnos como la espiga, y así, al pasar el huracán, tornaremos a estar derechos.
Es muy posible que las razones del caminante no fueran entendidas y sí que su prudencia penetrara en los cerebros de aquellas gentes trastocada en temor. Algo de ello vio el caminante en las sonrisas y en las alusiones, pero le tuvo sin cuidado, porque el hombre es nave que ha de gobernarse por si sola y no a bandazos, como consecuencia de las embestidas que le propinen los demás.
—Le advierto que..., total, lo que va usté a ver... —intenta ayudar la mujer—. En la Peña Escrita no hay más que unas letras que no se entienden y no vale la pena pillar una mojadura.
Finalmente, como los estómagos apretaban lo suyo, Benito y el caminante optaron por la marcha inmediata. El bueno de Benito acomodó al caminante encima de la borrica, le cubrió las piernas con cuero y el cuerpo con una manta y llevando él las riendas emprendieron el camino de vuelta.
—Usté agárrese bien a la borrica que yo me cuido del resto. ¡Y no se me vaya a caer...!
Hasta llegar a la casa de Benito invirtieron una hora de marcha dura y fatigosa, azotados constantemente por el aguacero y zarandeados por los frecuentes empellones del vendaval. (Si bien es de rigor advertir que el caminante se mojó mucho menos de lo que debiera, porque de su cuerpo sólo asomaba, lo que se dice asomar, el bigote).
—Ahora, yo me mudo de ropa, nos calentamos al fuego y comemos los dos que bien nos lo hemos merecío.
DESPEDIDA
Y el caminante, con apetito de náufrago, se zampó un par de huevos con patatas, unos choricillos fritos, las correspondientes rebanadas de pan y un cuartillo de vino tinto a porrón. Y para terminar, viéndole Benito el entusiasmo con que manejaba la cachimba, aún le hizo fumar unas pipadas de buen tabaco, de uno que le manda un primo suyo que emigró a Alemania
Para información del lector curioso que lo ignore, ha de decirse que en la Peña Escrita existe una de las más bellas muestras del arte rupestre hispano. La Peña Escrita es un abrigo natural entre pizarras verticales, en la falda de Sierra Dornilleros, a unos mil metros de altitud. Sus pinturas, en rojo sobre la piedra, magníficamente conservadas, reproducen objetos de fácil localización, fenómenos de la naturaleza y figuras esquematizadas, aparte de otros signos no identificados, que bien pueden ser los balbuceos de la escritura primitiva. También se dan estas muestras, aunque en tono menor, en la Peña Batanera, otro abrigo natural cercano a la Chorrera de los Batanes sobre el río Cereceda. La Chorrera de los Batanes es una cascada impresionante que precipita las aguas desde gran altura, un espectáculo maravilloso que suspende el ánimo y paraliza la acción. (Se comprende, por tanto, que el caminante no quisiera detenerse a contemplarlo en unas tan contrarias circunstancias: hubiese acabado en eterno monumento a engrosar la lista de la exuberante región.)
Después de airear convenientemente su mojadura, beberse un café bien cargado y un par de copas de coñac que le entonaron alma y cuerpo al alimón, aguardó el caminante la venida de los cazadores, sentado al calorcillo de una de las mesas de la taberna (porque debajo de cada una de éstas hay un brasero), atento a veces a la charla del mostrador y en otras a las incidencias de la partida de tute que se ventilaba a su vera.
—Me he mojao tanto —explica al llegar uno de los monteros— que voy a estar una semana meando sólo lluvia.
—Y qué, ¿se ha tirao mucho? —le preguntan.
—Tirar, sí, que ya sabéis que los señoritos no se quean contentos si no agotan el cargador, pero de matar..., de eso poco.
— ¿Han caío muchos?
—Poco, poco... Unos venaos y dos o tres marranos. ¡Es que no se podía, hombre!
Todos los cazadores se expresan en parecidos términos y, al final, desorbitan tanto la verdad, que llegarían a convencer a los oyentes de que el diluvio ha sido bíblico.
— !Lástima de día, y con lo buena que estaba la mancha! Yo me vi un guarro cerca de mí y me eché la escopeta a la cara, pero, ¡ni apuntar!
—Ese es uno que han cogío los perros.
Entra Curro y se sienta en silencio junto al caminante. Al cabo de un rato, le dice:
—Yo ya no estoy pa estos trotes, ¿sabe usté? Yo, antes, me pasaba el día entero por los montes tronchando jaras, porque no sé si sabrá usté que yo he sío cabrero y me conozco estos andurriales como la palma la mano, pero..., ¡que no! Cuando me jubile, en el otoño próximo, iré y le diré al alcalde: con Dios, que yo me voy. Y me iré a la sierra, a cuidar ganao, que es donde mejor se vive.
— ¿Solo?
—Solo o..., si se quiere venir la señora que venga, y si no... —recapacita al cabo de unos momentos—. Claro que, eso lo digo yo ahora, que ya veremos a ver cuando ella meta baza.
—Seguro que gana la partida, ¿eh?
—Seguro, si señor.
Al anochecer, despidióse de Curro el caminante y fue a dar una vuelta por el balneario, con objeto de ver a sus amigos, Cecilia y Andrés, a los cuales hallé entre otras varias parejas, muy contentos todos y olvidados por completo de los avatares de la jornada.
— ¿Ha ido usted a la Peña Escrita?
—Sí, sí, y me ha encantado.
Le parecía impropio al caminante relatar su desventura ante aquellos seres tan dichosos, tenía la certeza de que tampoco ellos le iban a entender, de modo que, tras alabar la nueva vestimenta de Cecilia (a la que la lluvia, en vez de fastidiar, había dado ocasión de mudanza) y concretar con Andrés la hora de la partida, determiné salir del balneario, rumbo a la desconocida negrura de las calles.
— ¡No deje de estar listo a las nueve en punto!
Y a las nueve en punto de la mañana del siguiente día estaba el caminante a la puerta del balneario, no listo, sino tonto, porque a las diez en punto salía Andrés y a las once en punto, luego de la aparición de una Cecilia lozana, bien-humorada y olorosa, con inequívocas señales de haber dormido a pierna suelta, abandonaban Fuencaliente en medio de la curiosidad del vecindario.
—Aquí fue donde ayer nos tocó aguantar el chaparrón —comenta Cecilia al cruzar el puerto de Valderrepiso.
—Según me informó mi amigo Curro —contesta el caminante—, en el mismo valle de Navalquejigo, situado entre las sierras Madrona y Quintana y al que corta el río Montoro de Poniente a Saliente.

DESPEDIDA
Desde lo alto del puerto de Niefla ofrece el valle de Alcudia la serena majestuosidad de un océano en calma. Porque el valle entero es un inmenso mar de verdes pastos, sacudido a trechos por el oleaje de los encinares y rizado por la espuma blanca de los caseríos. A este lugar, que ocupa una extensión aproximada de mil cuatrocientos kilómetros cuadrados, acuden todos los años más de trescientas mil cabezas de ganado lanar y trashumante, desplazadas de las tierras altas de Asturias y la Vieja Castilla.
Varios pueblos se asientan en el valle o en sus inmediaciones y son, en la zona que nos ocupa, la septentrional, aparte de los ya mencionados de Cabezarrubias, Hinojosas, Brazatortas y la estación de Veredas, los de Solana del Pino, Mestanza, El Hoyo, La Nava, El Tamaral y los poblados mineros de Diógenes y Las Tiñosas. Hacia la otra parte, más despoblada, destacan los de Almadenejos, Alamillo y La Bienvenida. Numerosos cortijos, o quinterías —que de ambas maneras suelen llamarse—, comparten el resto junto a los chozos de pastor y los amplios pastizales.
No lejos de la carretera que siguen los viajeros —a la izquierda, según se va hacia Almodóvar— están las ventas de la Divina Pastora y de la Inés, las cuales ventas, situadas en otro tiempo en el antiguo Camino Real de la Plata, parecen corresponder con las del Molinillo y del Alcalde, respectivamente, utilizadas la una y la otra por Cervantes para sus fines literarios: la primera, como seguro emplazamiento de la acción de Rinconete y Cortadillo, y la segunda, como posible acomodo de gran parte de los sucedidos que se relatan en la primera mitad del Quijote. Lo que no pudo averiguar el caminante, ni en su paso por el valle de Alcudia ni durante su estancia en Sierra Morena, fue la perfecta localización del Val de las Estacas y la fuente del Alcornoque, también cervantinos, si bien piensa que otra vez será y que para entonces irán mejor orientadas sus pesquisas.
El valle real de la Alcudia, donado entre otras recompensas por Fernando III el Santo a la Orden de Calatrava, pasó por los ya sabidos azares históricos de todos estos bienes, hasta incrementar con su valía el tesoro regio. Sin embargo, merced a otras circunstancias, también históricas, aunque de muy diferente condición, llegó a pertenecer a la propiedad privada de un valido (que es uno para el que todo es válido), y así, Manuel Godoy, pomposamente designado Príncipe de la Paz, fue asimismo nombrado duque de Alcudia y se erigió en señor del valle, (que de este modo pagaron algunos monarcas al hombre ilustre que supo sustituirles..., en el gobierno), aun cuando el tal período de potestad duró muy poco, porque Femando VII (ese al que se las ponían tan estupendamente), al acabar la guerra de la Independencia, devolvió las cosas a su primitivo ser. Y unos años más adelante, hacia mediados del pasado siglo, sobrevino la total desmembración del valle, siendo repartidas sus tierras entre diversos propietarios, y este sistema ha perdurado hasta nuestros días.
— ¡Mirad cómo llueve por allí! —exclama Cecilia, y señala con la mano hacia el frente.
— ¡Pues, estamos aviados! —se sulfura Andrés—. Está cayendo encima de Puertollano, de forma que no nos vamos a librar.
Algunos rebaños pastan con mansedumbre cerca de la carretera. A los pastores, embutidos en los impermeables y con los gorros calados, apenas se les ve una mínima parte del rostro.
— ¡Pobre gente! —se duele Cecilia—. Aunque ellos están muy acostumbrados, ¿no? Si se vienen andando desde el norte hasta aquí...
—Ya no tanto como antes; ahora se transporta el ganado en ferrocarril y la trashumancia, en su auténtico significado, ha caído en desuso.
Rueda a gran velocidad el automóvil, en dirección a Almodóvar del Campo, y, delante, a pocos metros, brota de la misma carretera el chorro multicolor del arco iris, que asciende vertical, para luego, lentamente, caer hacia el otro lado, por encima de los pastizales y de los campos de labranza.
José Antonio Vizcaíno: "Caminos de la Mancha"

5 de agosto de 2020

LAS PINTURAS RUPESTRES ESQUEMÁTICAS DE FUENCALIENTE (CIUDAD REAL)

PINTURAS RUPESTRES DE FUENCALIENTE

Localización de los yacimientos, historia, técnica, cronología, temática, significado, bibliografía.

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HISTORIA

Fuencaliente es un municipio situado en el SO. de la provincia de Ciudad Real, a 100 Km. de la capital y a otros tantos de Córdoba. Se accede a la población por la carretera N-420 desde Montoro (Córdoba) o Puertollano (Ciudad Real). Fuencaliente es conocido por su balneario y por sus pinturas rupestres.
Peñaescrita
El descubrimiento de las pinturas rupestres de Fuencaliente se debe a Fernando José López de Cárdenas, cura párroco de Montoro (Córdoba) que recorrió estas tierras por encargo del conde de Floridablanca. El 26 de mayo de 1783 reconoció las pinturas de Peña Escrita y Chorrera de los Batanes o Batanera. López de Cárdenas trató de sacar entera una de las piedras con pinturas para enviarla a Floridablanca, pero solo podo extraer una parte de una de las rocas de la Chorrera de los Batanes.
Fernando José López de Cárdenas
Del descubrimiento de López de Cárdenas no se vuelve a tener noticia hasta que Luis María Ramírez y Casas-Deza publicó dos artículos en la revista "Semanario Pintoresco Español", en 1844 y 1846, uno sobre los baños termales, y otro específicamente sobre las pinturas rupestres.

En 1847 se publica el Diccionario de Madoz, y en él se hace referencia a las pinturas de Peñaescrita y La Batanera descubiertas por López de Cárdenas.

Cuando el mundo científico empieza a mostrar interés por las pinturas de Fuencaliente es a raíz de la publicación por Manuel de Góngora Martínez su obra "Antigüedades Prehistóricas de Andalucía" (1868), donde hace referencia a las mismas, acompañadas de unos dibujos al parecer sacados de los que hizo López de Cárdenas.

López de Cárdenas, Casas-Deza y Madoz pensaron que se trataba de caracteres fenicios, egipcios y cartagineses. Manuel de Góngora pensó que se trataban de caracteres ibéricos o célticos.

A finales de siglo XIX los prehistoriadores comienzan a interesarse por el arte rupestre esquemático, iniciándose una amplia tarea de localización de nuevos enclaves e interpretación del significado de las pinturas.
Henri Breuil
En 1911 el francés Henri Breuil, llegó a Fuencaliente acompañado de Juan Cabré. En esta primera visita cataloga y estudia las pinturas de Peña Escrita, La Batanera, Los Gavilanes y La Golondrina. Al año siguiente contrató los servicios de Tomás Pareja Luna, práctico local y en 1912 Breuil volvió a Fuencaliente acompañado de Hugo Obermaier. En esta segunda visita (abril/mayo de 1912) estudia los siguientes abrigos: Escorialejo, Piruetanal, Cueva Melitón, Solana del Navajo, Cueva del Monje, La Serrezuela y la Cueva de la Sierpe, además de otras localizaciones en Solana del Pino y Mestanza. Fruto de estos trabajos publicó su extensa obra sobre el arte esquemático en la Península Ibérica, quedando recogidos la totalidad de los hallazgos habidos hasta entonces en el gran Corpus de Breuil (1933—35).

Posteriormente se han descubierto nuevas pinturas, ampliando y completando el mapa de distribución geográfica, de manera que podemos comprobar que la pintura esquemática aparece prácticamente en todas las regiones españolas.
Cueva de la Sierpe
En los años 60, Pilar Acosta publicó dos importantes obras de sobre la pintura esquemática: "Significado de la pintura rupestre esquemática", Salamanca, 1965, y "La pintura rupestre esquemática en España", Salamanca, 1968.

Finalmente hay que destacar el trabajo llevado a cabo por Alfonso Caballero Klink, un trabajo de campo sistemático en el que catalogó de nuevo los yacimientos de pintura rupestre esquemática de Sierra Morena en la provincia de Ciudad Real. Las láminas de sus trabajos son un buen referente para un observar los problemas de conservación de las pinturas rupestres, al compararlas con las láminas que dibujó Breuil en 1911 de las mismas estaciones.

EL ARTE ESQUEMÁTICO

El Arte Esquemático, el Arte Paleolítico (o Cuaternario) y Arte Levantino son las tres grandes manifestaciones artísticas de nuestra Prehistoria. De los tres, el Arte Esquemático es el menos estudiado por los investigadores, quizás debido a su tendencia esquematizante y su difícil interpretación si se le compara con los otros dos.

El Arte Esquemático se refiere a pinturas sobre rocas cuarcíticas, y cuyo contenido temático es, fundamentalmente, la figura antropomorfa, siempre estilizada hasta límites en los que resulta muy difícil su reconocimiento. Abarca toda la Península, pero son especialmente numerosas en las cuencas de los ríos Guadalquivir, Guadiana y Tajo, Levante y Cataluña. Los emplazamientos son siempre al aire libre, en abrigos o pequeñas covachas, o simplemente en frentes rocosos. Los colores empleados son básicamente los mismos utilizados en los artes rupestres cuaternario y levantino, predominando los rojos y ocres. Los colores están siempre aplicados con técnica de tintas planas. El tamaño medio de las figuras oscila entre 20 y 30cm.
El "brujo"  de  Los Gavilanes
Respecto al horizonte cultural en el que se desarrolla este arte, hay que destacar que el contexto económico y social es diferente del marco en el que se producen el arte rupestres cuaternario y el levantino. Se habían producido cambios en la economía, pues aunque perdura la caza, la domesticación es evidente y, al parecer, el hombre trabaja la tierra. Al mismo tiempo aparecen otros elementos importados que indican un comercio entre los indígenas y las gentes que vienen a buscar metales. En alguna manera la sociedad sería más compleja y organizada.

Debido a la gran extensión geográfica que ocupa la Pintura Esquemática en la Península Ibérica se han creado "provincias artísticas" que engloban áreas geográficas concretas. Una de estas "provincias artísticas" es Sierra Morena en sus dos vertientes, que incluye parte de las provincias de Badajoz, Córdoba, Ciudad Real y Jaén. A pesar de esta división, solo formal, dentro de la Pintura Esquemática hay una unidad estilística, temática y, por tanto, cultural.

La localización de los yacimientos es variada, normalmente en paredes más o menos verticales, en pequeñas covachas o grietas, o en pequeños abrigos formados por la inclinación de la roca, siempre sobre rocas cuarcíticas. Su ubicación es muy variada, algunos están hundidos en el fondo de los valles y umbrías con muy poca visibilidad y desde otros se divisan amplias panorámicas.

TÉCNICA

La técnica del arte esquemático es casi exclusivamente pictórica. En otros lugares cercanos se han descubierto grabados e incisiones en la roca, como en El Viso, Córdoba. Las tintas son planas aunque se conoce un ejemplo de técnica puntillista en la Solana del Navajo.
Solana del Navajo
El color predominante es el rojo, aunque también se conoce alguna figura aislada representada en negro. Al estar expuestas a todo tipo de inclemencias y sin ningún tipo de protección muchas se han deteriorado y han perdido la intensidad del color original por efecto de los agentes meteorológicos, hogueras, líquenes, vandalismo, etc.

TEMÁTICA

El tema más representado es el de la figura humana en muy diferentes formas, unas veces aisladas, otras formando parejas, del mismo sexo o de ambos sexos, y no faltan escenas de la vida social. Las representaciones de animales (zoomorfos) no son tan abundantes como las antropomorfas, predominando los ciervos y cabras.
Peñaescrita
Encontramos también ídolos, además de figuras geométricas como puntos, barras, líneas, círculos, espirales, etc. Las figuras están siempre representadas de manera esquemática y estática, faltas de movimiento y hay quien ve en ellas cierto carácter narrativo.

Los expertos hacen la siguiente clasificación de las figuras que aparecen en las pinturas rupestres:
- Figuras antropomorfas; son las mas abundantes y variadas. 
- Figuras formadas por uno, dos o tres triángulos, y que han sido identificadas como representaciones de ídolos. 
- Figuras formadas por barras, líneas, puntos y espirales cuya significación es compleja. 
- Figuras cuadrangulares y circulares. 
- Figuras que representan zoomorfos, y que se interpretan como animales de la fauna salvaje.

SIGNIFICADO

La interpretación de la pintura esquemática varía según los autores que la han estudiado, y desde los primeros hallazgos se formulan las primeras hipótesis en torno al origen, significado y cronología de la pintura rupestre esquemática.

López de Cárdenas, su descubridor en 1783, las interpretó como signos fenicios, egipcios y cartagineses. Manuel Góngora Martínez, al publicarlas, en 1868 las relaciona con los íberos y celtas. Hugo Obermaier, Henri Breuil, Cabré y Hernández Pacheco vieron en ellas un culto a los antepasados, y los recintos con pinturas serían lugares sagrados en donde se celebraban ceremonias funerarias y también matrimoniales.
El "brujo"  de  La Batanera
La interpretación religiosa fue durante mucho tiempo la teoría predominante, pero nuevos estudios (Gómez Moreno, Pilar Acosta) tendieron a ver el factor religioso como elemento integrante pero no exclusivo, y en este sentido los abrigos con pinturas esquemáticas no siempre tendrían carácter de santuarios, ya que no todos los motivos pueden asociarse con un fin exclusivamente religioso. No se descarta un sentido narrativo y descriptivo, e incluso, por su sentido simbólico, se ha sugerido la posibilidad de ser auténticas pictografías que corresponderían a un arte ideográfico y a una verdadera escritura pictográfica.

Su descubridor, López de Cárdenas, también les dio esta interpretación, aunque las relacionó con la cultura egipcia y fenicia. En cuanto al origen de este arte se habla (Pilar Acosta) de una doble causa: la síntesis de elementos orientales, que llegaron a través del Mediterráneo, con otros de raíz autóctona.

CRONOLOGÍA

Una cronología absoluta es imposible de obtener porque faltan elementos datables en las propias pinturas, y por la extensión y diversidad de las áreas geográficas que ocupa. Además se desconocen casi siempre los posibles asentamientos humanos relacionados con las mismas.
El "brujo"  de  La Golondrina
La datación absoluta se basa en criterios estilísticos no siempre seguros y en paralelismos con motivos y elementos que aparecen en objetos muebles que puedan haber sido fechados. No obstante, todos los investigadores coinciden en que las pinturas rupestres esquemáticas se iniciaron en el periodo Calcolítico (Bronce I), y en algunos yacimientos perdurarían hasta la Edad del Hierro.

RELACIÓN DE YACIMIENTOS DE PINTURA ESQUEMÁTICA EN FUENCALIENTE

Las pinturas de Peña Escrita, y las pinturas de la Chorrera de los Batanes o La Batanera, que se encuentran junto a una pequeña cascada del río Cereceda, son las más importantes por su número y por su estado de conservación, y son las que se recomienda su visita. El resto de yacimientos no están prácticamente señalizados, su localización es difícil, cuando no imposible, y algunos están en cotos de caza privados cuyos dueños impiden su visita. Además sus figuras son muy escasas en número, si se las compara con las de Peña Escrita. Las localizaciones GPS que se dan se refieren al datum ED-50 (European 1950). Las localizaciones también se pueden ver mediante Wikiloc siguiendo los mapas que encabezan esta página. 

Peña Escrita: Monumento histórico artístico nacional (25/Abril/1924). Acceso muy fácil por camino asfaltado, señalizadas desde la N-420, km 101.6
Peñaescrita
La Batanera: Monumento histórico artístico nacional (25 /Abril/1924). Están señalizadas desde la carretera N-420, km 101.6, en la misma dirección que las pinturas de Peña Escrita.
La Batanera
Cueva de la Sierpe: En la umbría de Riñoncillo, cerca del puerto del Acetre (Valderrepisa). Acceso desde la ermita de San Isidro por el camino de la Casa de las Mimosas. Muy deterioradas y al parecer han sido expoliadas. Localización: 38º 27' 15.6" / 04º 20' 58.4" 
Cueva de la Sierpe
El Escorialejo: En el Peñón del mismo nombre, en la parte occidental de la Sierra de Navalmanzano. Acceso desde el camino de Peñaescrita a Navalmanzano. Localización: 38º 25' 04.8" / 
04º 15' 58.9"
El Escorialejo
La Golondrina: En el valle del río Valmayor, cerca del Collado del Encebre. Acceso difícil, desde el camino de Valmayor por Hontanillas. Coto privado. Localización: 38º 24' 16.2" / 04º 12' 20.1"
Peñón de la Golondrina
La Serrezuela: En la cordal de la Serrezuela en la cara norte, se accede desde el Camino Real. Localización: 38º 25' 02.3" / 04º 19' 16.0"
La Serrezuela
Morrón del Pino: En Sierra Quintana, cara norte, cerca del Burcio del Pino. Acceso difícil, se llega desde el Collado del Encebre, en el camino de Navalmanzano. Localización: 38º 23' 49.5" / 04º 12' 45.7" 
Morrón del Pino
Cueva de Melitón: Junto al río Valmayor, en el paraje conocido como Las Calderas y Paso de las Escaleruelas. Acceso difícil siguiendo el curso del río Valmayor, finca privada. Localización: 38º 23' 11.6" / 04º 08' 41.7"
Cueva de Melitón
Los Gavilanes: En las paredes de la cabecera de la Garganta de los Gavilanes, en el valle de Valmayor. Acceso difícil, coto de caza privado finca Valmayor. Localización: 38º 25' 31.7" / 04º 14' 02.2"
Los Gavilanes
Cueva del Monje: En la cara sur de la Sierra de Valdoro, frente a la unión del arroyo de Nueveveces y el río Montoro. Se encuentran en el término municipal de Cabezarrubias del Puerto. Acceso difícil, sin señalizar, por el Camino de Cervigón. Localización: 38º 30' 42.7" / 04º 15' 06.5"
Cueva del Monje
El Navajo: Se le conoce también como Solana del Navajo. Se encuentra en la cara Sur del Cerro Cervigón, por el camino de Solana del Pino. Se encuentran en un coto privado de caza (Finca Nueveveces) por lo que su visita es problemática. Localización: 38º 29' 00.5" / 04º 12' 09.4"
Solana del Navajo
Piruetanal:  Frente a las pinturas de Peña Escrita. No está señalizado y sólo queda una figura. Acceso desde el camino de Peñaescrita. Localización: 38º 25' 14.5" / 04º 16' 35.5"
Piruetanal

OTROS YACIMIENTOS EN LOCALIDADES CERCANAS

En las localidades de Sierra Madrona cercanas a Fuencaliente también existen importantes pinturas rupestres. Los principales yacimientos son los siguientes:

SOLANA DEL PINO: Covatilla del Rabanero -- Collado del Aguila -- Puerto Calero -- Peñón Amarillo -- La Garganta del Muerto

MESTANZA: Callejones de Río Frío -- Collado del Pajonar -- La Tabernera

SAN LORENZO DE CALATRAVA: La Jalbegada

ALMODÓVAR DEL CAMPO: Covatilla de San Juan -- Cueva de la Venta de la Inés -- Solana del Águila -- La Cerrata

CABEZARRUBIAS DEL PUERTO: Cueva de la Estación -- Cueva del Monje -- Las Láminas

CHILLÓN Y ALMADÉN: Puerto de Vistalegre (Sierra de la Virgen del Castillo) --- Castillo de Aznarón (Sierra de Hoyuelas) --- Reboco del Chorrillo, Cueva del Puerto de las Viñas, Peñón de la Cabra, Puerto Palacios, Puerto de las Gradas (Sierra de Cordoneros)

BRAZATORTAS: Castillón de los Morenos

HINOJOSAS DE CALATRAVA: Los Castellares

BIBLIOGRAFÍA

Pilar Acosta: Significado de la pintura rupestre esquemática. Salamanca, 1965.

Pilar Acosta: La pintura rupestre esquemática en España. Salamanca, 1968.

Henri Breuil:
Les pintures rupestres schematiques de la Peninsule Iberique. 1933-1935

Juan Cabré: El arte rupestre en España. Madrid 1917.
Juan Cabré
Manuel Góngora Martínez: Antigüedades prehistóricas de Andalucía. Madrid 1868

Francisco Jordá y José María Blázquez: Historia del Arte Hispánico. Madrid, 1978

Hugo Obermaier: El hombre fósil. Madrid, 1916.

Luis María Ramírez y Casas-Deza: Los baños de Fuencaliente. Semanario Pintoresco Español Nº 20. Madrid, 1844

Luis María Ramírez y Casas-Deza: Templo fenicio y geroglíficos de Fuencaliente. Semanario Pintoresco Español Nº 31. Madrid, 1846.

Fernando José López de Cárdenas: Franco ilustrado. Notas a las obras manuscritas del insigne anticuario Juan Fernández Franco, en la que se corrigen, explican y añaden muchos lugares para la instrucción de los aficionados a las buenas letras. Córdoba, 1775.
Hugo Obermaier
Pascual Madoz: Diccionario Geográfico, Histórico-Estadístico de España y sus posesiones de Ultramar. Madrid 1847.

Manuel Gómez Moreno: Pictografías Andaluzas. 1908. (En Misceláneas, L.S.I.C. Madrid 1949)

Rafael García Serrano: Pintura rupestre esquemática de Ciudad Real. Ciudad Real, 1980.

Alfonso Caballero Klink y Gratiniano Nieto Gallo: Bicentenario de la pintura esquemática, Peña Escrita 1783-1983. Ciudad Real, 1984.

Alfonso Caballero Klink: La pintura rupestre esquemática en la vertiente septentrional de Sierra Morena, provincia de Ciudad Real, y su contexto arqueológico. Ciudad Real, 1983.

Macarena Fernández Rodríguez: Las Pinturas Rupestres Esquemáticas del Valle de Alcudia y Sierra Madrona. Mancomunidad de Municipios del Valle de Alcudia y Sierra Madrona. Ciudad Real, 2003.

3 de agosto de 2020

LAS PINTURAS RUPESTRES DE FUENCALIENTE 1868

ANTIGÜEDADES PREHISTÓRICAS DE ANDALUCÍA

MONUMENTOS, INSCRIPCIONES, ARMAS, UTENSILIOS Y OTROS IMPORTANTES OBJETOS PERTENECIENTES A LOS TIEMPOS MAS REMOTOS DE SU POBLACIÓN.
DON MANUEL DE GÓNGORA Y MARTÍNEZ
1868
Este libro supuso la incorporación de las pinturas rupestres de Fuencaliente al mundo científico de la época y sirvió, sin duda, de estímulo para que Cabré y Breuil las estudiaran a fondo y desde aquí acometieran su estudio sobre la pintura esquemática en la Península Ibérica. Las de Fuencaliente fueron las primeras pinturas rupestres catalogadas y dibujadas en España.
Las primeras noticias sobre las pinturas rupestres de Fuencaliente se deben al párroco de Montoro, D. Fernando López de Cárdenas, quien mandó una comunicación sobre las mismas al conde de Floridablanca en 1783. López de Cárdenas, comisionado por Floridablanca para recoger sustancias minerales y otras curiosidades, reconoció y dibujó las pinturas de Peñaescrita y la Batanera el 26 mayo de 1783.
No hay más noticia de las mismas, hasta que D. Luis María Ramírez y las Casas-Deza, también cordobés, las cita en un artículo, dedicado a los baños de Fuencaliente, en la revista "Semanario Pintoresco Español" en 1844, y de nuevo en otro artículo en la misma revista en 1846. El artículo publicado por Casas-Deza será incorporado casi literalmente al famoso "Diccionario" de Pascual Madoz, publicado en 1847 (tomo VII). Casas-Deza hace referencia detallada a las investigaciones de López de Cárdenas, por lo que es de suponer que tuvo la oportunidad de ver los manuscritos que éste realizó para el conde de Floridablanca.
D. Manuel de Góngora y Martínez tuvo el privilegio de ver, "en casa del Sr. Fernández Guerra", los originales que López de Cárdenas, el cura de Montoro, mandó al conde de Floridablanca, y publicó nueve láminas en este libro. Esta noticia sirvió para poder sacar a la luz los cuadernos de López de Cárdenas, que se encontraban en la Real Academia de la Historia, donde habían sido cedidos por el Sr. Fernández Guerra. (Aureliano Fernández Guerra y Orbe alcanzó gran fama en la época por sus estudios históricos, lo que le llevó a pertenecer a la Real Academia). Uno de estos cuadernillos descubiertos por Gratiniano Nieto Gallo en la Academia, fue cedido al Museo de Ciudad Real y fue expuesto en el "Bicentenario de la Pintura Esquemática Peña Escrita", que como homenaje a D. Fernando López de Cárdenas, organizó el citado museo en 1983.
D. Fernando José López de Cárdenas exploró las pinturas en Mayo de 1783, acompañado por su hermano Antonio (autor de los dibujos), el alcalde Alfonso de Bernabé, y por el escribano de la villa Josef Antonio Díaz y Pérez. En su informe, López de Cárdenas piensa que las pinturas representan caracteres fenicios, cartagineses y egipcios; para Góngora Martínez hay que relacionarlas con caracteres íberos y celtas de los que hay muestras similares en la Península.
El libro consta de 125 páginas y numerosas ilustraciones de diversas "antigüedades prehistóricas" de Andalucía. Entre las páginas 62 y 70 trata sobre las pinturas de Fuencaliente.
"En la sierra que corre desde Zuheros al Laderón, están la caverna del Puerto y las Cuevas Escritas, que son varias y merecen un detenido reconocimiento. Ni el Sr. Guerra ni yo hemos podido realizarlo. ¿Quién sabe si nos brindarán con geroglíficos parecidos a los de las cuevas de Fuencaliente o las de Velez-Blanco, puesto que unas y otras tienen la misma denominación, o con epígrafes menos indescifrables?.
Aquí vienen como anillo al dedo hablar de tres notables descubrimientos, uno del año 1848 en el monte Horquera; otro del de 1783 en las sierras de Fuencaliente, villa del antiguo partido de Calatrava, por cima de Montoro, en las cumbres de Sierra Morena que dividen la Mancha de Andalucía; y otro que me ha reservado mi buena suerte. El Sr. Fernández Guerra posee autógrafos de los documentos relativos a los dos primeros hallazgos, y justo es que sean conocidos antes de que algún docto de esos que lo saben todo y todo lo descubren, quiera darse aires de primero y único inventor en la materia. [........]
Fig. 70 
Los de Fuencaliente son todavía de mayor interés e importancia. Cerca de una legua al Oriente de la villa, en un estribo de la Sierra de Quintana y sitio de Piedra Escritá (cargando el acento en la ultima sílaba), hay un lugar casi inaccesible, habitación de fieras y cabras monteses.
Fig. 71 
Pasado el río de los Batanes y el de las Piedras, mirando a la parte por donde se pone el sol y a la villa, se cortó a pico de espiochas conarte y simetría en remotísima edad, la falda del peñasco y sierra, que es de pedernal fino, dejando una fachada o frontispicio de seis varas de alto y otras tantas de ancho, y abriendo allí dos cuevas contiguas que entran por ancho y acaban en punta, o sean dos nichos triangulares pulimentados en sus cuatro caras. En los dos frentes esteriores de izquierda y derecha, aparecen más de sesenta símbolos o geroglíficos escritos con modo rústico y sencillo por el dedo índice de ruda mano y con tinta rúbrica bituminosa. Los nichos, como de vara y media de altura, una de profundidad y media en la boca, están cubiertos por la durísima e inmensa piedra de la montaña. Fórmase como un atrio o esplanada delante del monumento, y le defiende un valladar hecho con los peñascos que se arrancaron de allí, robustecido por enebros, quejigos y alcornoques. La media luna, el sol, una segur, un arco y flechas, una espiga, un corazón, un árbol, dos figuras humanas y una cabeza con corona, se destacan entre aquellos signos, albores de la escritura primitiva. Helos aquí tales como los copió ante el escribano de la villa, Josef Antonio Díaz y Pérez, y el alcalde Alfonso de Bernabé, D. Antonio López y Cárdenas, hermano del erudito cura de Montoro en 25 de mayo de 1783.
Fig. 72 
Primera inscripción en el frente esterior de la izquierda (figura 70). Segunda en la primera cara triangular del primer nicho o cueva (fig. 71). Tercera en la segunda (fig. 72). Cuarta en la primer cara triangular de la segunda cueva (fig. 73). Quinta en la segunda (fig. 74). Sesta en el plano esterior de la derecha que vuelve piramidalmente ya hacia el norte (fig. 75).
Fig. 73 
Como a un cuarto de legua al cierzo de este sitio, está el que llaman la Batanera, donde en espantosa catarata se despeña a gran altura el río de los Batanes. A su orilla izquierda írguese otro peñasco vivo, cortado por arte, formando cara hacia la parte del cierzo, de cinco varas y media de alto por tres de ancho, también con símbolos y geroglíficos en tinta rúbrica; pero hallándose al descubierto, los ha borrado el agua en no pequeña parte. Los que se pudieron copiar fueron estos (fig. 76). Por complacer el conde de Floridablanca, hizo Cárdenas desportillar un pedazo del ángulo inferior izquierdo con cuatro figuras, de ellas la de un sistro, y lo remitió al gabinete de Historia Natural de esta corte. A veinte pasos río abajo en un peñascar se vieron estos signos (fig. 77). Y como a diez pasos hay sobre el río otra peña cortada formando un plano de dos varas y en él estos otros geroglíficos (fig. 78).
Fig. 74 
Buena ocasión se me presentaba aquí de lucirme con la erudición greco-romana del buen cura de Montoro, procurando antes decir mil pestes de él, para que nadie entrase en codicia de leerle, acomodándose a la maña de ciertos críticos, pescadores y cazadores, que saben promover altercados con los doctos para chuparles la savia o entrar a sangre y fuego por los libros. Pero como no he de ser otro que el Dios me hizo, sigo distinto rumbo, y doy lo que es suyo al buen López de Cárdenas.   
Sin embargo, alguna cosa pudiera decirse aquí sobre los lucos y bosques sagrados de las primeras gentes, y sobre el deseo innato en el hombre de transmitir con signos más o menos elocuentes a sus hijos el recuerdo de los sucesos que enardecieron su imaginación, o llenaron de placer o de amargura su alma. [......]
¿Tenía efigie el luco de Fuencaliente? Silio Itálico nos dice que no le había en el templo del Hércules gaditano y que la magestad del númen llenaba todo el templo.
Sed nulla effigies, simulacrave nota Deorum:  
Maiestate locum, et sacro implevere timore.
Fig. 75 
Linda el término de Fuencaliente con el de la Mancha por el Norte, y por el Sur con los de Andújar y Montoro; terreno agrio, riscoso y de monte que cercan las sierras Quintana y Madrona. Hácenle famoso aguas termales salutíferas, nacidas en mineros de cobre y hierro; tierra blanca saponaria, también medicinal, y grandes escoriales de antiguas minas que forman cordón con las de Almadén, Montoro, Bailén, Vilchez y Linares. El Sr. Fernández Guerra posee tres copias autógrafas de la Noticia que desde Montoro y a 24 de Setiembre de 1783 dedicó D. Fernando López de Cárdenas, al conde de Floridablanca, primer Secretario y Ministro del Consejo de Estado de S. M. etc., con una carta de este prócer. El más atildado de estos manuscritos es un pliego entero que consta de cuatro hojas de portadas y advertencias, diez láminas y diez de testo, pero a vista de los tres doy razón de tan importante monumento. Cárdenas cree que los geroglíficos son fenicios, egipcios y cartagineses; y aquél un luco o salto consagrado al sol y a la luna, a Osiris y a Isis, Montium custus nemorumque virgo malogrando copia de erudición en materia que no se puede aclarar sino por otro camino.
Fig. 76
Síganle los verdaderamente profundos en estos arcanos de la ciencia. ¿Hay parentesco entre los geroglíficos de Fuencaliente, los mismo de Velez-Blanco, los letreros de las cuevas de Carchena y los de la casería de Minerva? La ciencia lo dirá. ¿Estos albores de escritura se enlazan con algunos signos que muestran después, por ejemplo, ciertas no más conocidas medallas de Obulco? ¿Qué punto de contacto tienen con las inscripciones célticas de Portugal que publicó el padre Contador de Argote? Los filólogos podrán determinarlo. Conténtome yo con aprovechar esta favorable coyuntura y el desprendimiento de mi amigo, para que logre encarnar la noticia en la curiosidad de los estudiosos, y el diestro lápiz se emplee en trasladar aquellos signos, y la fotografía en llevar sin fatiga al hombre de ciencia a tan intratables riscos y alongados parajes. Yo bien sé que el buen Antonio López de Cárdenas carecía de habilidad pictórica, pero revisado su diseño por un docto como su hermano D. Fernando José, con alguna luz y guía han de brindar tales trazos, por poco carácter que tengan. Mi resolución de no hacer ampulosos comentarios sobre ellos, no desagradará a los advertidos. Los alemanes distinguen entre dos clases de doctos: unos que solo piensan en el objeto científico y en la verdad; y otros que antes que todo piensan en sí mismos, en su fama, en su vanidoso nombre, y en último término, muy secundariamente, en el objeto y en la verdad científica. [......]
Fig. 77 
Por fortuna un casual descubrimiento ha venido a aumentar la satisfacción que legítimamente me corresponde al sacar a la luz los del docto Cárdenas y los del Sr. Fernández- Guerra. Este descubrimiento es exclusivamente mío, saca airosos los dibujos de Cárdenas, y me proporciona la gloria de ser el primero en España que da a conocer una escritura prehistórica enteramente nueva y desconocida. ¿Tiene alguna analogía con ciertos caracteres de los monumentos pérsicos publicados por Creuzer? [........] 
Fig. 78 
Séame permitido notar que los signos y figuras de Velez-Blanco están hechos con tinta rúbrica, como los de Fuencaliente; que en los letreros de Fuencaliente, monte Horquera, Zuheros y Velez-Blanco hay algunos símbolos comunes; que Fuencaliente era el límite de la Oretania y de la Bética; que los otros dos puntos pertenecían a la Bética y el último a la Bastetania, mediando entre éste y el primero la distancia de doscientos diez kilómetros por el aire."